Si hay algo que ha aprendido el conjunto de animalistas es a profundizar en el conocimiento de la psicología humana y a estrujar esa competencia para extraer el máximo rédito económico posible.
Porque el ser humano es muy vulnerable a la tragedia, muestra gran sensibilidad, empatía y permeabilidad hacia el sufrimiento ajeno y cuando éste va envuelto en historias bien tejidas, termina emocionando y suele lograr que la persona actúe y se solidarice.
Es lo que yo llamo el «negocio de la pena» y desde luego, está demostrando ser muy próspero.
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El «negocio de la pena» nunca fue más rentable…
Un ejemplo que perfectamente sirve para dotar de sentido al texto introductor, es la reciente actuación de un santuario de animalistas con el “ternero Cristian”.
Un jato crotalizado que «recogieron» en el monte y que les ha permitido autoproclamarse como sus salvadores, ante el aplauso general de afines y seguidores, que lejos de censurar la acción como lo que es, un robo, lo han celebrado como la gran hazaña del Siglo.
Pero en parte es lógico porque hay que reconocer que la historia está bien tejida, tiene punch, va directa a tocar esa fibra sensitiva que logra emocionar y además cuenta con lo más importante: La gran ignorancia que hoy día muestra una buena parte de la sociedad sobre el mundo animal.
Porque también es cierto que sin ese último intangible, nada de lo anterior alcanzaría el efecto esperado.
Y es precisamente nuestra ignorancia la que nos lleva a premiar sus malas prácticas, con un click en ese enlace de PayPal, que por supuesto, siempre ofrecen de forma destacada al principio de sus perfiles.
Los santuarios de animalistas juegan con la ignorancia de la sociedad
Nos guste más o menos, la moda vegana crece, va ganando adeptos y aunque personalmente no es algo que me moleste, pues defiendo la independencia de cada cual para llevar a su plato lo que considere oportuno, si me resulta más irritante cuando convertimos una decisión personal, en una herramienta de criminalización hacia quien no la comparte y en un negocio próspero basado en la estafa y en la ignorancia de quien lo financia.
Porque una cosa es encontrar un animal moribundo en el monte y llevártelo a tu casa para cuidarlo y otra muy diferente robar un ternero crotalizado, legal y en perfecto estado, para después destacar la heroicidad y reclamar donativos que te ayuden a mantenerlo.
Si lo hacen deliberadamente, es un claro delito de robo y apropiación indebida.
Y si lo hacen por desconocimiento, deberían replantearse la preparación que atesoran para tener animales a su cargo.
Pero vamos, que el beneficio de la duda sobra.
Las protectoras de animales, otro cortijo financiado
Y he iniciado el discurso por los santuarios de animalistas, pero la perspectiva no es muy distinta para las protectoras, algo que por desgracia, he vivido en mis propias carnes recientemente.
Lo más superlativo de esta realidad es ver cómo entidades que, sobre el papel deberían cumplir una función tan lícita y necesaria, como la de buscar nuevo hogar a perros abandonados, además de servir de herramienta para agilizar la recuperación de animales perdidos, han transformado la «honorabilidad de sus objetivos iniciales», en un deplorable interés económico, en el que perros y gatos, ocupan el último escalafón de sus prioridades.
Especialmente cuando se trata de razas cinegéticas, pues el cazador, como enemigo natural declarado, no merece ni el agua que bebe y por supuesto, es super loable jugar con sus sentimientos, porque entienden que carece de ellos.
En cuanto empiezas a rascar un poco…
No hace falta disponer del título de investigador privado, vale con rascar un poco, infiltrarte en sus grupos, mantener conversaciones con animalistas y cuando separas la paja del grano, el resultado de las pesquisas es para echarse a llorar, viendo como un lobby que presume de valores y respeto hacia los animales, se ha convertido en una verdadera mafia dispuesta a hacer lo que haga falta para procurarse un beneficio.
Perros que se pierden una mañana e increíblemente, a la tarde ya han requerido una solemne intervención veterinaria, con unos importantes gastos, que por supuesto, hay que abonar antes de recuperar al animal.
Veterinarios que hacen la vista gorda para cambiar chips, cartillas de propiedad… Lo que después permite exportar perros fuera del País y cobrar una buena compensación económica por ello.
«Hay un segmento animalista, de carácter más radical, que vive en una penumbra totalitaria y clasifica al resto en función de su capacidad para secundar o no su doctrina».
Por no hablar de su obsesión por esterilizar a cada bicho que encuentran, para después, insisto, facturar el resultado de la actuación.
Y no hay que imaginarse nada de esto, para muestra un botón o las 13 grabaciones que implican a una concejala de Podemos del Ayuntamiento de Chiva en prácticas de este calibre…
Y al final, todo esto es amparado, defendido e incluso financiado por la pena.
Por la pena del urbanita, que necesita este tipo de causas para alimentar su maltrecha conciencia.
Un sector de la sociedad que se deja embaucar fácilmente por esa supuesta empatía animal, por todo ese amor exacerbado hacia ellos y los bonitos diminutivos con que los tratan delante de las cámaras…
¿Todos los animalistas son iguales?
No creo que todos los animalistas respondan de este perfil, supongo que como todos los colectivos, tiene sus manzanas podridas y quizás sea un error generalizar.
Ahora bien, si hay un segmento de carácter más radical, que vive en una penumbra totalitaria y clasifica al resto en función de su capacidad para secundar o no su doctrina.
Son los que normalmente protagonizan agresiones, celebran accidentes de caza, generan problemas en ganaderías y barruntan un odio acuciado hacia todo aquel a quien consideran enemigo.
Y esa lacra, porque no tiene otro nombre, debe empezar a ver cómo cada una de sus actuaciones lleva implícita una consecuencia legal.
Porque además de fomentar el odio, su fanatismo hacia los animales responde en verdad a un provechoso negocio que mueve muchísimo dinero.
Son provocadores y solo buscan polémica
La casuística común de todos estos animalistas radicales es su clara vocación provocadora.
Y provocan porque son miserables oportunistas que están esperando el más mínimo de nuestros errores, para sacar provecho de él como almas victimistas.
El problema es que permitiendo actitudes de este tipo, más antes que después, lamentaremos alguna tragedia.
Porque los seres humanos no somos máquinas perfectamente diseñadas. A menudo nos dejamos llevar por los impulsos del corazón, en lugar de atender a la razón. Especialmente, cuando tienes a alguien a tu lado gritándote, insultándote y esforzándose en llevar tu paciencia al límite, cuando ves que están sustrayendo uno de tus animales o cuando pretendes recuperarlo y desde la frustración, percibes que la negativa a entregártelo, encierra un claro interés económico, que poco tiene que ver con el bienestar animal.
Y si además le añades esa postura prepotente que los caracteriza, su chulería, amenazas y faltas de respeto…
Cabalgan hacia el ridículo más absurdo…
A menudo recurrimos al alejamiento de la sociedad del ámbito rural para razonar este tipo de modas y desde luego que tiene una gran influencia, pero también creo, que este paradigma va mucho más allá del desconocimiento o la ignorancia.
Pues salvo cuatro casos contados, hace 30 años, nadie en su sano juicio se esforzaba en poner en tela de juicio el sistema que nos ha permitido evolucionar y llegar hasta donde estamos.
Viviese en la ciudad o en el pueblo.
El problema es que hoy día, muchos de estos animalistas necesitan llenar sus vidas con una cruzada que les confirme lo buenas personas que son, deciden hacer de su capa un sayo y cabalgan hacia el ridículo, clasificando a los gallos de violadores o quitándole un crotal a un ternero, mientras le susurran al oído que a partir de ese momento, deja de ser un esclavo, para convertirse en una persona con identidad propia…
Me pregunto si el siguiente paso será darlo de alta en la Seguridad Social y que empiece a cotizar…
A ver cómo gestionamos después la tasa de desempleo…
Reflexionemos y volvamos a poner el foco en lo importante
Escribía Lobaco, en un post reciente, que para ellos es fácil conmover mentes sensibles, que son verdaderos artistas del engaño a través de la mentira y el lloriqueo y que les resulta sencillo disfrazar, con medias verdades o bulos malintencionados, su objetivo real de hacer caja.
Y no le falta razón, pues hemos llegado a un punto que raya lo surrealista.
Reflexionemos por lo tanto y volvamos a poner el foco en lo verdaderamente importante.
Cuidemos a los animales, mostremos respeto hacia ellos y hagamos una gestión óptima que les evite un sufrimiento innecesario.
Pero separemos la paja del grano y censuremos actitudes y conductas que están muy lejos de cualquier búsqueda de bienestar animal y mucho más cerca, sin embargo, de financiarse el cortijo particular.
Porque de lo contrario, terminaremos lamentando tragedias irreversibles.
Y además, «el negocio de la pena», puestos a invertir en él, tiene otros frentes mucho más precarios y lamentables que atender.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.