Este sábado cambié la escopeta por el rifle y disfruté de una entretenida batida de jabalí en Liébana acompañando a la Cuadrilla 136.
Una experiencia más en la «caza grande» que me permitió ir descubriendo nuevas cosillas de ese increíble animal que es el jabalí.
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Batida de jabalí en Liébana
Poco tiene que ver una batida de jabalí en Liébana con una salida a becadas con mis setters.
Los acontecimientos se viven de otra manera al calor de la cuadrilla que te acompaña, lejos de la habitual soledad del becadero e integrado en un ambiente campechano y sencillo en el que priman las risas y el compadreo.
No es mejor, ni peor, pues ambas modalidades tienen su singularidad y magnetismo. Simplemente es diferente.
Y también el jabalí es otra cosa…
Si antes me costaba creer algunas de esas batallitas que comparten contigo los más veteranos, cuando lo experimentas en vivo y en directo, te das cuenta de la fortaleza y bravura que atesora este animal.
Incluso el puesto fijo, que a un sordero acostumbrado a patear el monte se le puede hacer pesado, tiene su encanto, su arte y su nobleza, cuando te lo explican y tienes oportunidad de vivirlo.
¡Qué inmensa es la caza en todas sus disciplinas!
Disfrutando de una nueva batida de jabalí en Liébana
De mis palabras deducirás que disfruté como un enano y de hecho, así fue.
Esta nueva batida de jabalí en Liébana discurrió en el lote de Dobra – El Mazo, entre Cambarco, Torices y Cabezón.
Un entorno natural de privilegio, salpicado por la enormidad de los Picos de Europa, de los que te deja embelesado observando su belleza a medida que asciendes por sus cumbres.
Además fue una cacería muy movida, con mucho jabalí en general y unos cuantos en particular, que decidieron dejarse ver por el puesto 22 que me había tocado en suertes.
El «llegar y besar el santo» del novato quizás, ese gancho que nos pone la naturaleza cuando nos iniciamos, que pena que sea tan efímero…
Los primeros lances no se hicieron esperar
Me tocó un puesto bajo, con un disparadero sucio, al menos, en la parte del lote que íbamos a cazar a lo largo de la mañana.
Pero por lo que voy comprobando, tal y como está el monte, son los más prolíficos para disfrutar de acciones de caza.
Tanto es así que solo unos minutos después de colocarme y cargar el rifle, cuando aún estaban los monteros soltando a sus primeros canes, escuché triscar el suelo unos 50 metros por delante de mí, me agaché para obtener una mejor perspectiva entre las ramas y pude verlo. Un señorial jabalí, de buen peso y tonalidad oscura, que como «viejo zorro», se apresuraba en buscar un nuevo encame alertado por los primeros signos de actividad en el monte.
Debo reconocer que me temblequeaban las piernas, aunque se trataba de una sensación incluso agradable, que hacía mucho tiempo que no sentía.
Estaba muy tapado, por lo que no pude tirarlo, de modo que me limité a observar sus movimientos, que le llevaron a subir la pendiente y difuminarse entre las encinas de la ladera de enfrente.
En esas venía Rubén con sus perros, le conté la novedad y entró a buscarlo.
Nada más encontrar el rastro de sus pisadas, soltó a los canes y empezaron a «cantar»… ¡Qué espectáculo!.
La emoción de las ladras, la persecución y el acecho
Los perros cogieron la demanda enseguida y se inició una emocionante armonía, propagada por el eco del monte, que delataba el acecho sobre aquel sigiloso jabalí que me había honrado con su presencia minutos antes.
Seguí el lance con el oído, tan emocionado como presto a mi Brno 98, por si disfrutaba de la oportunidad de resolverlo, pero su huida le llevó a pasarse a mi espalda, cruzando una regatada dos puestos más allá.
Fieles a su instinto, los perros le siguieron ladera arriba, remontando un pinar, hasta que el sonido de su demanda se perdió en la lejanía.
Un silencio sepulcral nos envolvió a partir de ese instante, hasta que Guti, el Jefe de Cuadrilla, adelantó el cambio de puestos que estaba previsto para la tarde.
Mi armada se quedó en el mismo lugar haciendo un simple giro de 180 grados, pero el resto de posturas si cambiaron, por lo que tocaba esperar a que cada compañero se fuese colocando en su nueva ubicación.
La segunda parte de esta batida de jabalí en Liébana fue aún más entretenida
El cambio fue muy acertado, pues del silencio sepulcral, pasamos a un coro de ladras, disparos y avisos por la emisora para pedir atención a un puesto u otro.
Mi compañero de al lado abatió el primer jabalí de la mañana, una preciosa hembra de unos 60 kilos, que se le entregó tan silenciosa como ajena a la presión de los perros.
Algún otro disparo repicó en la lejanía, nuevos avisos, tensión… Había poco tiempo para pensar en el almuerzo.
Por lo que me mantuve quieto en mi postura, en absoluto silencio, intentando pasar lo más desapercibido posible y atento a cualquier oportunidad que se presentase.
Hasta que finalmente, llegó mi momento…
Mi primer lance con un jabalí
Estaba de pies, al borde la pista, mirando hacia arriba e intentando controlar dos pasos querenciosos de jabalí, por los que tenía la firme intuición de que antes o después, se dejarían ver.
Cuando escuché algo a mi espalda, un sonido extraño que alertó mis sentidos.
Me giré y a unos 50 metros a mi derecha, vi una sombra que se tapaba con un alcornoque y que se dirigía velozmente hacia la pista.
Instintivamente quité el seguro del rifle, esperé hasta confirmar mis sospechas y cuando pude visualizar aquel gran jabalí atravesando el camino, encaré y disparé sin pensármelo dos veces.
Solo fueron unos segundos, un instante fugaz, demasiado rápido para cerrojar un nuevo intento, aunque no tenía claro si mi disparo había sido certero.
Avisé por radio y enseguida llegó un montero que me ayudó a buscar un rastro de sangre que no encontramos, señal inequívoca de que había fallado….
Me quedé un tanto desolado por el error y aún le sigo dando vueltas en mi cabeza, pues el lance, aún siendo vertiginoso e inesperado, debió contar con más finura y acierto por mi parte.
Qué bonito hubiera sido contar mi debut jabalinero al lado de un bicho de esas dimensiones, pero…
La batida de jabalí en Liébana siguió su curso y los lances no cesaron
No cesó la emoción, mientras los perros se afanaban en seguir haciendo su trabajo.
Gascuñas, grifones, sabuesos…
Qué importantes son los canes en esta modalidad, como en casi todas en realidad y qué gozada es observarlos disfrutando de lo que más les gusta: cazar.
Al rato uno de ellos perseguía ferozmente a un jabalí ladera abajo en dirección al puesto 20, que tenía a Quique, uno de los compañeros con los que había acudido a esta batida de jabalí en Liébana, como protagonista.
Escuché cómo le avisaban por la emisora de que le iba a pasar por delante, cruzando una regatada, con los perros pisándole los talones.
Tuvo que moverse unos pocos metros para dispararle a su espalda mientras huía, pero ante la complejidad del lance, el bicho se fue indemne.
Segundos después vi su sombra pasar entre los robles detrás mío, pero suficientemente lejos como para no plantearme un nuevo envite.
Luego, claro, en el coche volviendo a casa, a Quique y a mí nos tocó lidiar con las típicas bromas para quien dispara y no acierta… ¡Gajes del oficio!.
Un jabalí herido descendiendo hacia mi puesto
Transcurrían las horas, los lances iban y venían, algunos se resolvían mediante certeros disparos, otros compañeros sucumbían al error, pero de esto va la caza, unos veces disfrutamos acariciando el éxito y en otras, maldecimos nuestro fracaso.
Uno de ellos deparó un jabalí pinchado que se tiró ladera abajo con los perros apretándole muy de cerca.
Lo notificaron por la radio, pero no tardé en escuchar, en vivo y en directo, el sonido de ladras y galopes descendiendo la pendiente atropelladamente.
No sé a quién me encomendé, porque soy ateo, pero me afiancé al rifle y pedí suerte… ¡Que me baje, que me baje!.
Y quien sea me escuchó, porque perros y jabalí bajaban directos hacia mi postura, rompiendo monte y con un ruido atronador, que me devolvió cierto tembleque a las rodillas.
A medida que se aproximaban aumentaba la tensión…
Cada vez los sentía más cerca, por lo que me moví unos metros para colocarme justo al pié de la pista donde, presumiblemente, iban a salir.
Pero justo cuando prácticamente los tenía encima, a punto de asomar el hocico, el jabalí reculó, se parapetó en una mata de zarzas delante mío, pegó a uno de los perros que lo acechaba y motivó que los otros dos, más cachorros, se desentendieran del asunto.
Ahora había que sacarlo de allí, rematarlo y no iba a ser una tarea sencilla.
Un remate que requirió mucho valor
Avisé por la emisora de la situación y entre tanto llegaba la ayuda, recorrí la mata de zarzas por ambos lados intentando visualizar al jabalí, pero estaba muy metido y no alcanzaba a ponerlo en el punto de mira.
Llegó un perrero, después otro más joven acompañado de sus canes y por último Ceci y su grifón, a quien hay que levantarle un monumento, pues le echó bien de bemoles, jugándose el tipo y entrando en la mata de zarzas, primero a manos limpias y después con escopeta, pues el animal, preso de sus instintos de supervivencia, se arrancó contra él antes de caer abatido.
Es impresionante la fortaleza que tienen y lo cara que venden su vida.
Punto y final de la batida de jabalí en Liébana
Eran casi las 6 de la tarde y con el cobro de ese bravo jabalí, se dio por finalizada la batida.
Llegó el momento de reunir a los perros, una tarea no siempre sencilla, pero en esta ocasión, con la alegría de no sufrir baja alguna, ni heridas importantes, más allá de las propias generadas por el esfuerzo y la lucha constante con su presa.
También era momento de recoger a los animales abatidos y volver a juntarse con la cuadrilla, felicitarse o lamentarse en función del resultado personal y poner en común las experiencias que cada uno habíamos vivido con intensidad.
Historias, bromas, risas, charlas…
Momentos que forman parte de la jornada, que se disfrutan tanto o más que esos otros en los que buscas apretar el gatillo y la foto final, que resume a la perfección el esfuerzo y el compañerismo que siempre debe prevalecer en la caza.
Reflexiones sobre mi segunda batida de jabalí en Liébana
Si mi primera cacería fue ilusionante, más allá de la escasez de animales, esta segunda batida de jabalí en Liébana se multiplicó en emoción, precisamente, por encontrar una mayor densidad de caza.
La soledad del puesto en ningún momento se transformó en aburrimiento, sino que, al contrario, me mantuvo en tensión y en estado de alerta la mayor parte del tiempo.
Poco a poco voy destapando un mayor aprendizaje sobre esta modalidad cinegética y a medida que lo hago, el cuerpo me pide seguir profundizando y vivir nuevas experiencias.
Pues entre otras cosas, muchos años después de empezar a cazar, me han vuelto a temblequear las piernas y eso no es bueno, es cojonudo!
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.