Año tras año, todos disfrutamos o sufrimos, según cómo se mire, alguna becada fantasma que nos da juego cuando parece que la densidad de pájaros va en descenso y tenemos que ceñirnos a lo poco que nos ha reservado el monte.
En mí caso, tengo una becada fantasma que lleva refugiada en el mismo lugar, prácticamente desde que dio inicio la temporada y debo reconocer que me genera sentimientos contrapuestos…
Por un lado, es sinónimo de exigencia, reto, superación, habilidad e incluso me regala muchas horas soñando con ella y buscando esa agudeza mental que me permita trazar una estrategia más efectiva en el siguiente encontronazo.
Y todo eso me gusta, pero también es motivo de desesperación…
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El reto de la becada fantasma
Avanzada ya la temporada y prácticamente encarando su recta final, creo que ya tengo elementos de juicio suficientes para considerarla un desastre, al menos si la comparo con las dos anteriores y eso que tenía la falsa intuición de que nos iba a acompañar la suerte, pero…
Poquito pájaro, muy poquito, que además ha entrado tarde.
Un retraso que seguramente viene motivado por el caos climatológico que estamos sufriendo, pasando del chubasquero y los zahones a la manga corta, con la misma rapidez en que mis hijas devoran una tableta de chocolate.
Inundaciones, viento sur… Desde luego, no hay nada que se “equilibre” como la propia naturaleza…
Y encima esquivas, poco quedonas y arrancándose a volar al menor síntoma de alerta.
De modo que, salvo que algún temporal de frío y nieve caiga sobre el continente en las próximas fechas, lo que hay es lo que tenemos y con eso debemos conformarnos.
En mí caso, poca cosa y alguna becada fantasma como la que citaba en el inicio del post.
Sabes dónde está, incluso cuál va a ser su comportamiento, pero…
Las que quedan son duras, algunas verdaderos espectros, sordas que sabes perfectamente dónde están, por dónde van a romper a volar e incluso el comportamiento que van a adoptar, pero ni por esas terminas ganándole el pulso.
En ocasiones las sientes marchar entre las ramas, otras se dejan alcanzar por el perro, pero ni con esas y muchas veces tienes que lamentar ese “caliente” que solo confirma que han vuelto a darte esquinazo.
Y hay una en particular sobre la que focalizo mis sueños desde finales de Octubre, pues son tantas veces las que he intentado buscarle las cosquillas, como las que ha logrado zafarse, sin darme opción siquiera de llegar a probar suerte.
Es de pequeño tamaño, pero grande y brava como ninguna, ha logrado de unos avellanos un fortín inexpugnable, domina su refugio y las escapatorias aledañas y debe preferir la fina prosa, pues rara vez se queda esperando a escuchar nuestros versos.
Pero el domingo pasado, con ilusiones renovadas, volví presto a visitarla…
Un nuevo lance con la becada fantasma
Hacía una mañana preciosa, soleada y con buena temperatura, de las que nos gustan a los cazadores para disfrutar del monte.
Nada más arrancar junto a Crono, ya tenía en mente el objetivo, el lugar al que quería ir, esos avellanos inconquistables donde sabía que se refugiaba, pero aunque me podía el instinto, supe contener mi ambición, marcar los tiempos y elegir el momento en que el cachorro hubiese perdido algo de su fogosidad inicial.
La calma y la prudencia debían acompañar nuestra iniciativa y para ello buscamos otros espacios que igualmente nos podían deparar algún lance.
A medida que avanzaba la mañana, el brío de Crono se iba convirtiendo en un ritmo intenso, pero controlado. Además, he terminado por convencerme de que sacarlos a cazar en solitario fomenta la complicidad y evita carreras y piques entre ellos, que poco favorecen el resultado de la jornada.
Y cuando me pareció que perro y cazador estábamos en el mejor momento, decidí encaminar nuestros pasos hacia esa «zona hostil» en la que llevaba pensando toda la semana.
Eso si, cuando nos quedaban poco más de 500 metros para llegar, saqué la correa y até al cachorro…
Bromas las justas, que hoy tenía que ser el día…
Una emanación, mucha prudencia y las cartas encima de la mesa
Llegamos a la boca de los avellanos, liberé a Crono de sus ataduras y en lugar de salir corriendo, eligió un trote prudente y sigiloso, sabedor de que otra vez, la becada fantasma no iba a eludir la cita.
Prosiguió unos metros bajo el mismo estilo para adoptar poco después una postura felina, ralentizar el paso y terminar quedándose en muestra.
Tenía su emanación, allí estaba y ahora me tocaba a mi intentar ser más listo que ella.
Pero de pronto el cachorro rompió su postura, se arrancó a correr, levanté la cabeza hacia el cielo y la vi taparse con dos frondosos pinos.
Cruzó la arboleda, salvó una pista forestal y fue a perderse 200 metros más allá, en un pequeño pinar, rodeado de jóvenes encinas.
Crono siguió la dirección opuesta y yo lo dejé, pues merecía la pena darle una tregua al pájaro, un pequeño espacio de tiempo, para después encontrar algún rastro más clarificador de su ubicación.
Al rato volvimos a la carga.
Mientras el cachorro accedía por abajo, yo crucé la pista y me adentré entre los pinos, con el suficiente cuidado de no preavisarla y volver a motivar su vuelo.
Esta vez le costó un poco más al perro dar con ella.
Batía la zona con ahínco, de arriba abajo y de derecha a izquierda, aún embravecido por el encontronazo anterior, pero no terminaba de fijar la muestra y cuando mi paciencia tornaba a su fin, frenó bruscamente su carrera para volver a quedarse firme como una estatua.
Mientras apuntaba con su nariz hacia la base de uno de aquellos pinos, yo me apresuré a rodearlo para colocarme justo al otro lado, en frente del perro y con una buena perspectiva para intentar el disparo.
Pasaban los segundos, acompasados a golpe de beeper y a tenor de la actitud inquieta de aquella becada fantasma, empecé a pensar que habíamos llegado tarde.
Pero no fue así, allí estaba y de ello dejó constancia cuando saltó como un relámpago por encima de la cabeza del perro, dejando el pino que nos separaba entre medias y evitando nuevamente que pudiese resolver el lance.
Al acecho una y otra vez
Volvió a cruzar la pista, atravesó de nuevo los avellanos donde se alojaba anteriormente y me pareció que su aterrizaje coincidía con la zona en que finalizaban los mismos.
Sin más dilación, fuimos a buscarla.
No me quedaba resquicio de calma y tampoco me había funcionado hasta entonces.
Pero cuando no pones cierto sosiego en lo que haces, sueles sucumbir al error y aunque acertamos con la zona de aterrizaje, decidió no esperarnos y tirarse arboleda abajo en cuanto detectó nuestra presencia.
Tuve dudas. La estábamos apretando mucho y era poco probable que se mostrase más condescendiente si tratábamos de buscarla nuevamente, pero estaba totalmente excitado y como el perro compartía sentimientos, cogimos el sendero que discurría por el borde los avellanos y descendimos por él.
Mi intuición me llevó hasta unos helechos, rodeados de hayas y algún solitario chopo, que rara vez guardan pluma, pero…
Si, allí estaba, no sé si cansada o sorprendida, pero esta vez le ganamos la muestra.
Crono a un lado, yo a otro y una marea de ramas por el aire que me obligaban a afinar muchísimo si quería tumbarla.
Un minuto, dos, tres… Perdí la cuenta a medida que crecía la tensión, pero no tenía nada a mano para tirarle y en estas situaciones, si además de fantasma, la dejas pensar, termina riéndose de ti, mientras escapa tapándose con la cubierta vegetal, después de apeonar unas decenas de metros.
Una becada fantasma, brava y muy inteligente.
La perdí de vista mientas superaba las copas de unas encinas.
Demasiado lejos para intuir su nuevo refugio, demasiado tarde para ir nuevamente en su busca y demasiado cansado para sufrir otro desengaño.
No pudo ser. Una jornada más nos había ganado la partida, después de ponerla en muestra tres veces, rebuscarla y volarla hasta en cuatro ocasiones.
Esto me genera reto, exigencia, ilusión…
Pero también logra desesperarme.
Eso si, tan impresionante el pájaro, como espectacular el trabajo del cachorro y para un servidor, es suficiente motivo de satisfacción.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.