Cuando me inicié en la caza de codorniz, hace unos 10 años, de forma autodidacta y sin mentor alguno que me explicase los secretos y entresijos de esta bella modalidad cinegética, solo me fijaba en el rastrojo, en los trigales si los había o en aquellas tierras que tuviesen buenos lombíos o abundancia de agua cerca, ya que a simple vista, y por lo que había escuchado, eran las que mayor densidad de pájaros guardaban. Pero lo que no esperaba era verme cazando codornices en perdidos y barbechos, principalmente, porque no tenían paja y en mi absoluto desconocimiento, entendía que donde no había paja, tampoco había codornices…
Sin embargo, un día cualquiera en una jornada de caza más, me di cuenta que muchos de los pájaros que se levantaban del rastrojo a nuestro paso terminaban refugiándose en esos perdidos con tanta cobertura y pensé…
Si calandrias, golondrinas o gorriones terminan buscando cobijo en este tipo de tierras, ¿Por qué no han de hacer lo propio las protagonistas de este post?.
Y resultó que, efectivamente, lo hacían.
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Cazando codornices en perdidos y barbechos
Sábado 25 de Agosto, siete y media de la mañana, 12 grados y un sol en ciernes apareciendo con fuerza al fondo del páramo.
Con el campo a estas alturas de temporada mucho más despejado de cazadores que en jornadas anteriores, Zar y Darko todavía en el remolque, se esforzaban en manifestar su impaciencia por salir de él y empezar a buscar las ansiadas africanas.
Asi que, para no alargar su sufrimiento, les abrí la puerta y escopeta en mano, nos aventuramos entre el rastrojo de centeno a disfrutar de una nueva experiencia cinegética.
El rocío de la mañana permitía a los canes encontrar rastros con mayor facilidad, pero al menos en estos primeros minutos de cacería, esas emanaciones no terminaban de convertirse en muestras fijas.
De hecho nos costó un poco mover las primeras codornices, una pareja adulta que botó delante de mis pies y que fue a esconderse varios cientos de metros más adelante, en una zona de monte bajo.
No acostumbro a tirar a ninguna pieza que previamente no hayan mostrado mis perros, por lo que me limité a fijarme en su vuelo y quedarme con su nueva posición, para estar atento cuando nuestros pasos nos llevasen hasta allí.
Entre tanto, seguimos revisando el rastrojo, lombío arriba, lombío abajo, una tierra tras otra, sin éxito, con una sensación de que “algo no estamos haciendo bien”, porque en el coto además, el martilleo de las escopetas era constante.
Buscando agua, perdidos y barbechos
Como el centeno no daba lo esperado decidí encaminar mis pasos hasta uno de los límites del acotado y seguir cazando codornices en perdidos y barbechos.
Se trata de una de mis zonas favoritas del coto, un perdido muy extenso que nunca se siembra y junto al que discurre un largo riachuelo, cargado de agua e ideal para satisfacer las necesidades más recurrentes de mis perros.
Además, la veda en el coto de al lado se aperturaba este mismo sábado, por lo que tenía la esperanza de que algún pájaro se viniese “a criar” cerquita nuestro.
Tardamos unos 15 minutos en llegar, pero sin duda mereció la pena, pues nada más entrar en el perdido, Darko detectó y bloqueó una codorniz.
Estaba algo lejos pero la codorniz tuvo a bien aguantar la muestra permitiéndome resolver y cobrar el primer lance del día.
Una explosión de júbilo e ilusión que nos motivó al máximo para seguir cazando codornices en perdidos y barbechos, pues hasta entonces y salvo aquella pareja que brotó de mis pies, no habíamos visto nada y ya eran las nueve y media de la mañana.
Seguimos por la tanto rastreando el perdido, visitando de vez en cuando el riachuelo para refrescarnos, sin perder de vista sus hermosos linderos, que también tenían muy buena pinta y antaño nos habían procurado buenas y numerosas oportunidades.
Encontramos 5 codornices más a lo largo de aquella extensión tan bien diseñada para ofrecer un refugio de privilegio a nuestros pájaros.
Dos de ellas, mostrando un carácter arisco más propio de las exigentes jornadas de Septiembre, salieron largas, nada más sentir la presencia de los canes, evitando cualquier opción de disparo.
Las otras tres, más quedonas, se amagaron y si que nos permitieron llegar, ponerlas, patronearlas y cobrarlas.
Todo un lujo.
Quemando los últimos cartuchos en la vega
Ya sobre las doce de la mañana, cuando parecía que la cosa no daba para más, volvimos cazando sobre nuestros pasos hasta el coche para dar una última vuelta en la vega del pueblo.
Exenta de cazadores, probablemente nadie la había cazado esa mañana y con todas las tierras cosechadas (el fin de semana anterior, aún presentaba dos o tres pendientes de segar), bajamos del coche y profundizamos en una finca de cebada que nos había reportado algún que otro lance de calidad en jornadas anteriores.
Esta vez no fue así, solo vimos una de las polladas que ya teníamos controladas, por lo que saltamos la acequia, esquivamos las ovejas que descansaban a la sombra en la tierra colindante, cruzamos el camino y accedimos a un rastrojo más amplio de centeno, cosechado recientemente y con las hileras de paja aún intactas.
Ahí los perros, especialmente Zar, dieron del “do de pecho” para encontrar y bloquear dos duras codornices escondidas en el borde del lombío.
Costó sacarlas, estaba claro que no querían exponerse, entendían con acierto que era más seguro peonar bajo el refugio de la paja, pero el trabajo en equipo de los canes y su cabezonería, quizás impropia del setter, logró cumplir el objetivo y hacerlas volar para cobrarlas con absoluto ansia unos pocos segundos después.
Resumen de la jornada
En total levantamos 10 pájaros para una jornada de caza más que entretenida.
Se nos resistió el rastrojo, pero disfrutamos cazando codornices en perdidos y barbechos.
Esos que al principio, en mis inicios tras las africanas, tenía olvidados porque nunca imaginé que pudieran alojar codornices.
Esos que poco después y por casualidades del destino, he aprendido a valorar y entender, deparándome muchos y muy buenos resultados.

Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.