Si hay algo que contribuye enormemente a elevar el sentimiento venatorio es cazar en familia, bien acompañado de nuestro padre, nuestro hijo, nuestro abuelo o de cualquier otro miembro con quien mantenemos un estrecho lazo de sangre.
Son sensaciones únicas, incomparables, que no tuve oportunidad vivir con mi padre, pero si con mi hija, que sin llegar a levantar un metro del suelo, muestra una sonrisa tan amplia y emocionada como la de cualquiera al seguir a sus perros por los rastrojales palentinos.
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Cazar en familia, un sentimiento inigualable
Tengo buenos amigos que disfrutan de ese gran privilegio de compartir monte y cacería con sus padres o hijos y debo reconocer que siempre los envidié.
Esas conversaciones antes, durante y después de la jornada, los silencios cómplices, los muchos sueños y recuerdos compartidos, momentos especiales que unen bajo un fuerte lazo prácticamente inquebrantable.
Vivencias que yo no puede disfrutar con mi progenitor, pero de las que hoy si puedo presumir gracias a mi hija, que con poco más de 6 años, muestra una actitud inquieta y curiosa hacia la caza, el entorno y los animales.
Cazamos poco, pero disfrutamos muchísimo
Hay muestras a las que no llegamos y se nos escapan muchos pájaros, pues aunque es brava y de pura cepa, a sus 6 añitos no le es sencillo superar los constantes obstáculos que presenta el campo.
Pero no me importa, la espero y le doy la mano cuando no puede y juntos tratamos de seguir a los canes, perdiendo lances, pero ganando en satisfacción y gozando de cada uno de esos instantes.
Y es dura, y aguanta, y tira para adelante, y le gusta y si la dejo, me acompaña en cada amanecer, porque a esas edades, ilusión, afición y ganas, no entienden de realidad, capacidad, ni sentido común.
A su corta edad, ya tiene anécdotas que contar…
Recuerdo una tarde de la pasada Media Veda, cazando en su compañía por uno de los vastos páramos de Tabanera, ver salir una codorniz a muestra de Figo y abatirla.
La quería llevar ella y se la dejé.
Reiniciamos el paso y entre tanto me seguía, iba acariciando el plumaje de aquella codorniz, destacando su belleza y alegando que le daba pena…
Me quedé un tanto dubitativo y para ser honesto, pensé: «Uy, que se me vuelve animalista…»
Suspiré segundos después, cuando otra africana se levantaba delante de Crono, mientras mi hija gritaba a pleno pulmón… «¡Mírala papá, tírala, tírala!…»
Después de reírme y degustar el momento, me preguntó por qué no la había «pistoleado» y entonces la expliqué que el cachorro no la había bloqueado y esos «rollos éticos tan extraños» que practico.
La pudo el instinto, ese con el que todos nacemos, el mismo que algunos tienen adormilado.
Y a mí se me caían las lágrimas… ¡Puro orgullo!
Cazar en familia, comer en familia
Desde luego, lo del veganismo no va con ella, pues se pirra por la «pata de chonuco», pero es que aún siendo algo pejiguera para comer, sabe valorar un buen filete de corzo y algún que otro chorizo de venado o jabalí que siempre hay por casa.
Beneficios quizás de explicarle las cosas como son y transmitirle desde muy pequeña, que amar a los animales, respetarles y cuidarles, no está reñido con hacer un digno y justo aprovechamiento de ellos.
Cazadora en ciernes y gran aficionada a los perros
Mis perros, que son los suyos, ya saben de sus cuidados, pues si algo tiene es disciplina y las tareas rutinarias también son compartidas.
Desde arreglar los caniles al paseo diario y que no les falte agua o comida, pues aún con tolva y pienso a placer, ella disfruta ofreciéndoselo a la mano.
En fin, disculpa este orgullo de padre hacia una preciosa cazadora en ciernes como es mi hija, pero viéndola a diario empiezo a entender los sentimientos que desprende cazar en familia.
Ahora ya no lo envidio, ahora me limito a disfrutarlo…
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.