Cazar en familia o cazar entre amigos, que en ocasiones viene a ser lo mismo, es uno de esos privilegios que conviene saborear más que de vez en cuando y un aliciente añadido a los muchos que ya presenta una buena jornada de caza tras la Dama del Bosque.
Asi es como lo siento yo y la razón por la que tenía marcado en rojo en mi calendario ese 20 de noviembre en que me iba a juntar con dos tios grandes, los hermanos Monte Iñigo, después de mucho tiempo, para tener una historia becadera a medidas que contar.
Y vaya si hubo que contar, aunque no sé si “es para contao…”
Índice de contenidos
El privilegio de cazar entre amigos
Entre el lastre de mi posición trasera en el sorteo del Saja y que ellos eligieron de los primeros, nos la jugamos a un suerte o muerte para coincidir ese 20 de noviembre en Valfría, que a la postre y a tenor de los sobrantes, bien podía haber sido cualquier otro lote de más renombre o al menos uno sobre el que tuviese conocimiento previo, pero la suerte estaba echada y la ilusión por las nubes, no necesitábamos mucho más que juntarnos y hacer buena cualquier realidad que se nos presentara por delante.
Un cafetito rápido en el punto de encuentro, canes al remolque y carretera dirección Cabuérniga, entre tanto íbamos arreglando el mundo y mirando al pasado, que casi siempre que lo pones en perspectiva, sale más a cuenta que este disparate de presente que nos rodea en multitud de casos.
Al llegar a Fresneda y guiado por los consejos de un buen compañero, conocedor del terreno, no nos costó acertar con la entrada al monte. Atravesamos una portilla, proseguimos la marcha y a los pocos kilómetros nos dejamos engañar por un robledal que se abría a la derecha y no tenía mala pinta.
Ahí aparcamos, aunque en ese momento no sabíamos hasta qué punto íbamos a pagar la novatada…
Pertrechos, perros y una pared de árgoma…
Nos preparamos sin aparcar la charleta y cuando ya lo teníamos todo listo, soltamos a los protagonistas de la jornada, Noah y Duna, las dos setters de Xabi e Iñigo, junto con Crono, que sin haber cazado nunca juntos, hicieron un buen equipo, muy coordinado y de confianza.
Iniciamos la marcha a través del robledal, pero al poco de empezar a recorrerlo nos topamos con su límite, obligándonos a ganar altura, pasando por debajo de una alambrada y ascendiendo por una pared de árgoma de la que difícilmente nos vamos a olvidar.
Hacia la mitad ya éramos conscientes del error, por no decir cagada, que suena menos fino, pero entre que estábamos en ese punto de no retorno que nos impedía volver sobre nuestros pasos y la vista de un conjunto de robles en la parte superior, nos animamos a continuar.
Iñigo subía como lo hacen las cabras entre los castros más escarpados, abriendo camino entre unas árgomas que no lo ofrecían, porque dudo mucho que a nadie en su sano juicio se le hubiese pasado por la cabeza ascender por allí.
Xabi le seguía de cerca superando obstáculos con cierta solvencia y mientras, yo iba jurando en hebreo, reclamando el aire que me faltaba y «echando el corazón» intentando no perder la estela de los hermanos.
Estoy lejos de mi mejor forma porque únicamente he salido un par de veces desde que se abrió la veda, pero creo que ni en mis mejores tiempos, hubiese podido ascender a la velocidad de estos dos…
Cuando ya pensábamos que habíamos dejado atrás lo peor…
Dominada la cumbre, con las piernas calientes como el escape de una Variant y tras unos minutos de inevitable descanso, recompusimos la estrategia desde la buena perspectiva del lote que nos ofrecía la altitud, revisamos sin éxito los robles que habíamos visto al subir y nos encaminamos hacia la pared de enfrente, sobre la que bajaba un riachuelo, en dirección a una zona que nos pareció bastante más atractiva e interesante de cazar.
Pero la novatada no se quedó ahí, pues la travesía resultó un rompe piernas literal entre lo inestable del terreno y el pedregal que nos encontramos al superar el riachuelo y sumergirnos entre los robles que habíamos divisado desde la lejanía.
Finalmente logramos dejarlos atrás sin incidentes y con todos los huesos intactos, pero nos llevó casi dos horas, desde el inicio de la jornada, alcanzar una cabecera de hayas entremezclada de acebos que se levantaba cerca de la carretera…
Qué bonito hubiese sido aparcar directamente allí, pensamos todos en alto, incluso los propios canes, diría, aunque por suerte, siguen sin saber hablar.
Rastros, chazas y algo de tensión…
Tampoco parecían quejarse en realidad, pues no cesaron la búsqueda de sordas en ningún momento y con independencia de la complejidad del terreno, pero ahora íbamos todos más cómodos y con ganas de encontrarnos ese primer lance que ansiábamos resolver.
Además, aunque sin grandes alardes, algún esporádico tiroteo pudimos escuchar, por lo que estaba claro que sordas había, lo que aumentó el ánimo y la ilusión de la cuadrilla.
De pronto, pasado un corto espacio de tiempo, los perros cambiaron de actitud concentrando sus instintos sobre un caliente que probablemente había dejado alguna sorda minutos antes, acompañado de una chaza que venía a confirmar la teoría.
Iniciamos su rastreo cazando en mano de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, descendiendo a medida que llegábamos a los límites de la arboleda, pero aunque hubo algún pequeño conato de muestra que nos puso en tensión, lo cierto es que no logramos dar con el objetivo.
Quién sabe si ese caliente, en realidad había sido el escenario de cualquiera de los lances que habíamos oído antes de llegar nosotros…
Seguimos bajando hasta encontrar la carretera y nos metimos entre unos avellanos con el fin de “quemar el último cartucho”, que en realidad lo escuchamos percutir de nuevo al otro lado del Canal de Valfría, de modo que sobre la una y media del mediodía, decidimos poner fin a una más que infructuosa jornada de caza, que ojo, en ningún caso acabó ahí…
Sarna con gusto no pica, dicen…
Debo reconocer que me gustó Valfría, especialmente después de descubrirlo por las bravas, pues ahora si tendría claro dónde aparcar y hacia dónde guiar mis pasos.
Es un lote enorme, con zonas de querencia que parecen muy proclives para recoger sordas de entrada, precioso a la vista aunque preocupantemente plagado de árgoma… El día que desaparezca el poco ganado que queda, no sé qué va a ser de nuestros montes y esto hay quien aún no es capaz de entenderlo.
Lo dejamos atrás entre risas y charlas, que en realidad nunca nos abandonaron, de camino a la segunda parte de la jornada, la gastronómica, que a diferencia del número de lances, esta raramente se queda escasa.
Comimos bien, bebimos mejor, disfrutamos de una gran sobremesa y seguimos charlando y riendo, porque cazar entre amigos abarca mucho más que una mera jornada de monte, especialmente, cuando te rodeas de buena gente como Xabi e Iñigo.
Repetiremos el privilegio de cazar entre amigos, sin duda…
Repetiremos el año que viene, quien sabe si en Valfría o en cualquier otro lote, porque las buenas costumbres no es conveniente perderlas y quizás, solo quizás, incluso disfrutemos de la suerte que esta vez nos fue esquiva y en lugar de sufrir como novatos, volvamos con algún buen lance bajo el brazo que contar…
¡Un abrazo y al monte!
Seguro que tienes mucho que aportar y estamos deseando escucharlo, de modo que te animo a que dejes un comentario en el formulario con tu opinión.
Y si te ha gustado este post sobre el privilegio de cazar entre amigos, puedes compartirlo en tus redes sociales desde los botones que encontrarás al final del artículo.

Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.