Del campo a la mesa, porque no hay para mí mayor logro que ser capaz de proveerte de tu propio alimento.
Es lo que da origen y sentido a la caza, más allá de que hoy en día, tengamos otros alicientes que nos impulsen a salir al monte.
Y cuando logras cerrar el círculo, la satisfacción es plena.
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¡Del campo a la mesa!.
Me has escuchado decir muchas veces que no salgo de caza para gestionar ecosistemas, ni controlar poblaciones.
Tampoco en el objetivo de contribuir a rehabilitar la economía rural y, desde luego, para mí la caza no es un deporte.
Otra cosa es que la acción de caza redunde en algunos de esos beneficios o que en determinados momentos, contribuya a desarrollar tareas orientadas a la gestión.
Pero yo cazo por instinto, porque para mí la cinegética es algo intrínseco en el ser humano, tan ancestral y primitivo como nosotros mismos, pues forma parte de lo que somos y es lo que nos ha traído hasta aquí.
Y entre mis motivaciones venatorias, está la de proveerme de un alimento sano, justo y libre, que para mí es el verdadero sentido de la caza.
Y eso es lo que te voy a relatar hoy…
Una jornada que arrancó el día anterior, mientras preparábamos los pertrechos y que finalizó en el salón de mi casa, dando buena cuenta en familia de la carne abatida en el monte.
Una jornada de caza en la mejor compañía
Las ocasiones en que mi mujer puede acompañarme al monte son muy especiales, pues es la primera con quien comparto mis inquietudes cinegéticas y además es de esas personas con flor, que transmiten positividad y dotan de fortuna a todo aquel que les rodea.
Por eso el día anterior, mientras preparábamos juntos la mochila, la escopeta, la munición y todo el equipo que íbamos a llevar, tenía la intuición de que no iba a ser una jornada cualquiera.
Y no me equivoqué.
Salimos prontito y mientras recorríamos los poco más de 30 kilómetros que nos separaban del coto, íbamos charlando y comentando la estrategia a seguir.
Al rato ya estábamos vestidos y preparados echar a andar, acompañados de Figo, nuestro guía y protagonista en esa mañana de domingo.
Una mañana soleada, pero muy fría.
Las primeras luces del día despertaban soleadas, pero debido a la gran helada caída durante la noche, la temperatura era tan fresca que ni siquiera alcanzaba los cero grados.
Por esa misma razón decidimos encaminarnos hacia las zonas más altas del cazadero, allí donde empezaba a golpear el sol y calentaba la tierra, pensando que también las becadas habrían optado por esos refugios para desprenderse de la frialdad nocturna.
Atravesamos una braña y una finca ganadera hasta alcanzar el sendero que nos llevaría donde queríamos ir, pero en esas, mientras ascendíamos, Figo se coló en una hoyada de hayas, rodeada de helechos y voló una sorda.
No la paró, por lo que tampoco hubo disparo, amén de que salió noble entre dos árboles y con todo el tipo al descubierto.
Se encendió al cachorro y nos fuimos a la rebusca, que no tardó en surtir efecto, pero nuevamente la apretó en exceso y preferí no tirotearla mientas sobrevolaba nuestras cabezas.
La seguimos atentamente con la mirada hasta verla posarse en una mata de zarzas y hacia allá nos dirigimos, entre tanto le comentaba a mi mujer: «Verás como ahora si la clava y nos sale tapada».
Dicho y hecho…
Llegó el cachorro, se metió en la mata, se quedó firme como una estatua y segundos después, la sorda nos dio esquinazo botando en la única dirección sobre la que no teníamos opción de tiro…
Gajes del oficio, supongo…
Una hora de rebusca infructuosa
No está el año como para dejar pasar estas oportunidades, de modo que variamos sensiblemente el itinerario e iniciamos la persecución.
Advirtiendo que sus dos escapadas anteriores no habían sido muy largas, nos empeñamos en revisar cada palmo de terreno, con Figo muy centrado y bien «metido en harina», pero sin detectar esa nueva emanación que anhelábamos.
Al cabo de una hora abandonamos la idea y retomamos el sendero original que nos llevó a «Pico Fuentes», una zona entremezclada de hayas y encinas muy querenciosa.
Cazar prestando atención a los comportamientos del perro suele generar buenos resultados y esto es lo que nos permitió advertir el cambio de actitud del cachorro al aproximarse a la cabecera de una de aquellas encinas.
Una actitud prudente que deparó una muestra fija, a la que acudimos enseguida para resolver el lance y abatir la primera becada de la mañana.
La misma que después cobró Figo y nos entregó a la mano… ¡Doble éxito para el cachorro!.
Al solete las encontramos…
Al cabo del año lamentas tantas estrategias erradas, que cuando llega el día en que aciertas con el plan, se te queda una sonrisa divertida que es difícil de emular.
Y es que 300 metros más adelante volvía Figo a quedarse en muestra, orientando sus vientos hacia una densa mata amparada por dos grandes hayas.
Nos colocamos en frente suyo, justo al otro lado de la mata, en tensión y a la expectativa de lo que estaba por venir.
Y qué sorpresa, pues arrancó la sorda en dirección al perro y con la vegetación entre ambos, no pudimos disparar, pero mientras seguíamos su vuelo con la mirada… ¡Saltó una segunda becada del mismo sitio!.
Me quedé tan sorprendido como atontado y no supe reaccionar…
Estaba claro que eran de entrada, seguramente de la noche anterior, pero es lo que tiene el monte, que la suerte nos tiene que pillar en él.
Otra rebusca con distinto resultado
Nos pareció más interesante acudir a la búsqueda de la segunda becada, por lo que nos repusimos enseguida y asumimos la misma dirección que había tomado, empezando por bajar del Pico.
El camino nos llevó a descender por un eucaliptal, para después sumergirnos en un mar de encinas que bordean la «Finca de La Canaloja».
Es una zona muy cerrada, mucho más benévola para ellas que para nosotros, pero ahí estaba Figo de nuevo, dejando la impronta de su talento, para ubicar su escondite y manifestar su enésima muestra a golpe de beeper.
Nos costó unos minutos llegar a su altura, pero aunque aguantó el tiempo suficiente para permitir que nos colocásemos, también supo buscar la rama adecuada con la que zafarse de nuestra presión.
El gran trabajo del cachorro y la flor de mi mujer, habían deparado distintos lances para una preciosa y emocionante jornada de caza, por lo que decidimos poner punto y final a nuestro tiempo en el monte.
Muchos alicientes e hitos que celebrar
Empezaba 2020 con distintos protagonistas, pero con la misma suerte e intensidad con que había finalizado 2019.
Y aunque a todos nos gusta llenar el morral de vez en cuando, mi mayor ilusión residía en el buen hacer de Figo y en el halo de satisfacción que desprendía el rostro de mi mujer, después de disfrutar con el vuelo de cuatro becadas diferentes y vivir la emoción de seis lances.
¿Qué más se puede pedir?.
Faltaba lo mejor, sin embargo, la jornada aún no había terminado…
¿Del campo a la mesa, recuerdas?.
¿Del campo a la mesa, recuerdas?
Del campo a la mesa se titula este post y es que la mejor jornada de caza solo puede clasificarse de este modo cuando finaliza alrededor de un mantel, dando buen provecho de la carne abatida en el monte.
Y si es al calor de una buena compañía, muchísimo mejor.
Y eso hicimos, solo que ahora tocaba cambiar la escopeta por el delantal, el campo por el fogón y la pericia cinegética por unas buenas manos cocineras.
Pelamos la becada que habíamos abatido horas antes y la guisamos mientras compartíamos dos copitas de un buen blanco de Rueda, que siempre apetece en estas lides.
Imposible fallar con la receta…
Con la caza, del campo a la mesa
El resultado fue un bocado espectacular, regado esta vez por un buen crianza Ribera del Duero, porque la becada es una delicatessen a la altura de los paladares más exquisitos y cuando además cierra el círculo de una exigente jornada venatoria, su provecho es notablemente más satisfactorio.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.