Si hay un artículo de nuestro equipamiento que nos representa y nos diferencia del resto de aficionados al monte, ese es el chaleco del cazador.
Una prenda fetiche donde las haya, favorita para muchos de nosotros, que no entiende, ni sabe diferenciar modalidades cinegéticas, pues hace acto de presencia en casi todas ellas y pocos son los que salen al campo sin el abrigo y la funcionalidad que nos reporta.
De hecho, muchos lo customizan y lo tratan como amuleto de la suerte, de lo que se desprende la verdadera importancia que tiene el chaleco del cazador.
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El chaleco del cazador, tradición y fetiche
El chaleco del cazador es una de esas prendas que ha sido capaz de sobrevivir a casi todas las etapas por las que ha discurrido la caza.
Jóvenes y veteranos, ricos y pobres, puristas e innovadores…
Todos le visten por igual y le conceden merecida importancia, personalizándole incluso con insignias o elementos estéticos para hacer suya una prenda más que tradicional en la caza.
El cazador además, como animal de costumbres, tiende a afianzarse en aquella vestimenta que le reporta algún significado y si encima colabora en algún tipo de logro o éxito especial, lo que antes era un simple chaleco, pasa a convertirse en el chaleco de la suerte.
¡Y que no se nos olvide antes de salir, porque no nos hayamos sin él!
El chaleco del cazador es de las pocas prendas que sobrevive al deterioro de los años
Tal es nuestra fijación, que si bien no dudamos en reponer ese jersey o pantalón ya hecho jirones, pocos son los que se animan a cambiar el chaleco, aunque las mil batallas superadas le hayan condenado a perder su esplendor inicial e incluso requiera de algún que otro remiendo.
Es de ese tipo de artículos que cuando acertamos a la hora de escogerlo, se vuelve imprescindible y convive toda una era con nosotros.
En estos últimos años, con la aparición en el mercado de nuevos modelos de chaquetas de caza o softshell, que además de estar de moda, ejercen la misma función que el chaleco, su uso podría haber caído en picado, sin embargo, no solo no es así, sino que mantiene su estatus y continua protagonizando el equipamiento de la mayoría de cazadores.
Al final, se trata de una prenda que de algún modo, cuenta nuestra historia en la caza, pues está presente en todas y cada una de nuestras jornadas venatorias.
El chaleco del cazador proporciona abrigo, espacio y funcionalidad.
En realidad no es extraño que se haya convertido en una de nuestras prendas favoritas.
Son cómodos, suelen ser más bien ligeros y no suponen un incordio a la hora de hacer giros o maniobras con el cuerpo.
Abrigan, pero no agobian, porque tampoco se trata de una pieza que genere excesivo calor.
Y además nos ofrecen la posibilidad de portar multitud de instrumentos, incluida la propia caza en su morral trasero, pues no perdamos de vista que el cazador tiende a llevar bastantes cosas cuando sale al monte.
Ahora además nos proporciona seguridad
Con la nueva normativa, que nos obliga a llevar distintivos reflectantes durante la acción de caza, la mayoría de fabricantes han puesto en el mercado diferentes opciones que ya tienen integrado esos colores naranja o amarillo que favorecen la visibilidad en el monte.
O como es mi caso y seguramente el de muchos otros, lo llevé a una costurera para que los incorporase y poder cumplir con la Ley.
Pues siguiendo el patrón de estas líneas sobre el chaleco del cazador, lo último que me planteé, fue cambiar de modelo.
El mío tiene 11 años, los mismos que llevo cazando.
Mi chaleco no es ni mejor, ni peor que el de los demás, simplemente es el mío y como vengo diciendo, no lo cambio por ninguno.
Responde a la perfección a lo que buscaba cuando lo compré y estoy tan encantado con él, que lleva cazando los mismos años que yo, tantos como once.
Con él he tenido días de fortuna y otros en que la suerte nos ha sido esquiva, pero ahí permanece, obviando el paso de tiempo como puede.
Aunque se aprecia en la imagen, no viene al caso citar la marca y el modelo (De momento no me han pagado para que la diga 😉 )
No tiene excesivos distintivos, más allá de la pegatina de la sorda y las zonas reflectarias que comentaba anteriormente.
Pero me gusta por su ligereza, por su doble morral trasero y porque dentro de los bolsillos delanteros lleva incorporada una cartuchera, que además se cubre con la solapa, evitando que la munición se moje y se enroñezca.
Solo lo abandono en verano, cuando el calor estival obliga a decidirse por vestimentas más ligeras y transpirables, pero ahí me sigo inclinando por el chaleco como recurso favorito, aunque con otro corte y otras características.
Por si te interesa… Un poco de historia sobre el chaleco
El chaleco como tal es de origen persa y su utilización se tornó universal gracias a Carlos II de Inglaterra, quien después de un viaje por Persia, decidió incorporar el chaleco a la vestimenta oficial de la corte.
Se trata de una prenda que ha variado muchísimo en sus formas, del mismo modo que lo ha hecho en sus denominaciones.
Su nombre procede del turco Yelek, aunque a Europa llegó como Yalíka, para posteriormente derivar en el italiano Giulecco y terminar por adquirir su nombre actual y por el que todos lo conocemos.
En sus inicios se trataba de una prenda que disponía de mangas y una longitud más larga que el actual, llegando prácticamente a las rodillas.
Los tejidos de las primeras piezas eran más bastos, pero poco a poco fue evolucionando para ganar en comodidad, reduciendo lo abultado de su estructura.
De ese modo perdió las mangas, tendió a acortarse e incluso a entallarse, hasta lograr el aspecto actual desde finales del siglo XVIII.
Lo tradicional nunca pasa de moda
El chaleco del cazador, por lo tanto, es una prenda tradicional y representativa de nuestra afición.
Nos viene acompañando desde muy atrás y sigue superando todas las modas, por más innovadoras que estas puedan llegar a ser.
Pero lo más importante es que forma parte de lo que somos como cazadores, como esa prenda favorita que nunca nos olvidamos de coger antes de salir de caza.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.