A menudo pienso en lo eterna que se me hace la espera entre vedas y en el excesivo descanso que margina a mi escopeta.
Desde finales de Enero o principios de Febrero que nos cierra la puerta la general, hasta el mes de Agosto, en el mejor de los casos, que volvemos a pisar el rastrojo en busca de las preciadas africanas.
Seis meses que parecen toda una vida, si atendemos a lo despacio que transcurren…
¡Una verdadera eternidad!
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Qué larga se nos hace la espera entre vedas a los cazadores
Hay quien compagina la menor con otras modalidades, que discurren entre la primavera o el verano y logran mitigar la ansiedad que les genera esa larga espera entre vedas.
Otros participan en descastes o cacerías por daños y les sirve para matar el gusanillo, aunque solo sea por un breve espacio de tiempo.
Pero los que como yo, cazamos únicamente sorda y codorniz, ese tiempo de descanso se termina asemejando a la más larga travesía por el desierto.
Y basta que no puedas cazar, para que no seas capaz de pensar en otra cosa…
Claro que puedes entretenerte con otras aficiones, yo suelo aprovechar para salir de pesca.
O engañar al instinto hablando de caza con el primero que se ponga por delante.
Pero hagas lo que hagas, nada logra aplacar la desazón por no poder salir ese mismo día de caza con tus perros.
Los becaderos invertimos mucho para disfrutar muy poco
Si lo analizas, los becaderos invertimos mucho para disfrutar muy poco tiempo de nuestra afición.
Todo un año de trabajo con nuestros perros, trescientos sesenta y cinco días de ilusiones, de ideas, de preparativos… Concentrados en cuatro meses de caza.
Que en realidad son tres, porque Octubre es prácticamente residual.
Tres meses que, esos si, marchan como el más leve suspiro, pues para cuando te empiezas a poner un poco a tono, te alcanza Enero, se cierra la persiana y otra vez a esperar.
¡Esto no puede ser!
Aun así, mantenemos nuestra ilusión intacta
Probablemente no haya muchas aficiones que requieran una inversión tan amplia en contrapartida de un aprovechamiento tan efímero.
Pero lo que podría suponer un hándicap para cualquier otro, no logra hacer mella en el cazador, que de un modo u otro mantiene siempre su ilusión intacta, como la que le embargaba en aquel primer día morralero, aunque desde entonces hayan pasado un buen puñado de años.
Aún con todas estas restricciones temporales y esa larga espera entre vedas, salimos al campo con la mejor de nuestras convicciones, intentando saborear el breve lapso de tiempo en el que llegamos a sentirnos libres.
Pues al fin y al cabo, como buena migratoria, es la propia becada quien reparte las invitaciones de caza.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.