Eran las 07:15h cuando llegué al coto y aparqué el coche. Todavía de noche, pues aún faltaban muchos minutos para que las primeras luces del día se dignasen a aparecer y poder iniciar esta nueva jornada de caza tras la Dama del Bosque, pero el momento ideal para sentarme y disfrutar viendo como el algarabío nocturno del monte se iba transformando poco a poco en aparente sosiego y tranquilidad.
Me senté en un alto para obtener una buena perspectiva de la zona y en la calma del amanecer me dio tiempo a ver una pareja de corzos, que seguramente volvían a su encame y escuchar el peculiar gañir de un zorro que quien sabe, quizás había logrado cumplir sus objetivos a lo largo de esa noche.
No había dormido mucho, apenas 3 ó 4 horas y tampoco tenía necesidad de madrugar, pues en mi coto prácticamente no hay competencia en forma de cazadores, pero la recompensa de esos minutos escuchando el monte en soledad, bien merecieron la pena.
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Jornada de caza tras la Dama del Bosque
Con la claridad del día volví al coche, me pertreché de lo necesario, abrí el remolque y, junto a los perros, nos sumergimos entre un mar de encinas para iniciar una nueva jornada de caza tras la Dama del Bosque.
Hacía bastante calor. No tanto como en la apertura, pero si el suficiente para ajusticiar nuestro esfuerzo y obligarnos a buscar agua de cuando en cuando.
Bastante relajado, seguimos el plan trazado mentalmente el día anterior y fuimos recorriendo aquellas zonas de querencia, más susceptibles de alojar esas primeras becadas de entrada.
De paso, como en días anteriores, aproveché para reconocer el monte y buscar alternativas de paso a zonas que ahora se han tornado inaccesibles.
Es increíble como en poco tiempo, incluso de año en año, vegetación y maleza reclaman aún más espacio, cerrando aquellos senderos tradicionales que conocía al dedillo y obligándome a indagar en la búsqueda de nuevas opciones más transitables.
Una pareja de corzos, el gañir de un zorro… Disfrutar del monte al amanecer bien merece un madrugón
Entre tanto, los perros, con menos problemas que yo para encontrar huecos de acceso, iban buscando aquí o allá, revisando cada rincón, pues los conocen bien e incluso tienen sus predilectos, pero también con cierto aire despreocupado, sin la tensión propia que si viviremos en los meses siguientes.
Supongo que como yo, disfrutando sin más del aliciente de libertad que nos ofrece el monte cada vez que lo visitamos.
Las horas iban pasando, el calor se tornaba sofocante, me sobraba la chaqueta y me empezaba a pesar la escopeta, por lo que me pareció una gran idea hacer un alto en el camino, buscar acomodo en un conjunto de piedras y sentarme a reponer fuerzas y fumar un purillo.
Los perros entendieron la idea enseguida y no tardaron en apostarse a mi lado, intentando levantar la cubierta vegetal de los alrededores para sosegarse con el frescor de la tierra.
Llevábamos algo más de tres horas de caminata y los tres necesitábamos esos minutos de recuración.
Cuando menos te lo esperas…
Estaba sentado al borde de una pequeña extensión de pasto, con un bosque de encinas detrás y una caída de hayas al frente.
De pronto, sin razón aparente, Darko se desperezó, se quedó quieto por un instante y de forma veloz se introdujo entre las encinas por una de las cabeceras que tenía justo a mi lado.
No le presté demasiada atención, pues ninguno de los dos aguantan demasiado esos momentos de descanso.
Enseguida se levantan, empiezan a pulular alrededor mío o incluso se acercan y se me suben encima, como diciendo…
¡Vamos, vamos, que ya hemos descansado bastante!
El caso es que no habían pasado más de cinco minutos cuando escuché el beeper de Darko en la punta de arriba del encinar.
La becada no entiende de relajación, es imprevisible y no concede un instante de duda
Tardé un poco en reaccionar, estaba algo incrédulo.
Pensé que podría ser cualquier cosa, una paloma quizás, pero la muestra era firme y continuada.
Me levanté, por inercia miré al cielo y eché a andar hacia la cabecera por la que había entrado Darko.
En ese impasse, mientras yo avanzaba como podía entre las primeras encinas, el perro había roto la muestra y le escuchaba bajar a mi encuentro.
Zar, que se había levantado conmigo, entró como una exhalación y se quedó puesto a unos 50 metros de mí.
Es una sorda, pensé. Seguro que es una sorda. Pero no logré llegar a verla.
Posiblemente, lo que estaba señalando Zar era el caliente.
Habría estado allí, quizás peonó al sentir nuestra presencia y Darko la voló más arriba.
De la relajación, al vértigo y la tensión
A partir de ese momento, la jornada cambió de forma drástica.
Lo que antes era relajación y tranquilidad, se tornó en velocidad, tensión e intensidad.
El calor y el cansancio quedaron en segundo plano. La escopeta volvía a ser ligera y la chaqueta…
Bueno, la chaqueta seguía haciendo estragos, pero que le íbamos a hacer.
Nos tiramos por la caída de hayas, pues suele ser una escapatoria frecuente y rebuscamos cada esquina.
Bajamos hasta el final de la loma y volvimos a subir por una zona bastante boscosa que entremezcla helechos y encinas jóvenes.
Nos dejamos la piel atravesando un argomal, que no pudimos evitar por vernos encerrados y sin mejor opción, para después ascender hasta unos avellanos que suelen ser muy querenciosos. Pero ni rastro de ella.
Sin darnos cuenta, el reloj había avanzado rápidamente y pasaba hora y media desde que la habíamos volado.
Estaba fundido y los perros también, pero no aflojamos, ni cedimos en el empeño.
Habíamos descubierto su presencia y estábamos determinados a volver a dar con ella.
Persiguiendo un nuevo lance
Sin demora alguna, guiamos nuestros pasos en dirección a la zona en que la habíamos encontrado, pero antes de llegar, nos salimos del sendero y accedimos a un hoyo bastante grande y querencioso, rodeado de viejos hayas.
El centro del hoyo está muy despejado, pero los límites son muy proclives para el refugio de la Dama, pues tienen mucha cobertura vegetal, maleza, escajos…
Prácticamente lo habíamos bordeado al completo cuando Zar cambió el rumbo, ralentizó la marcha y con absoluta prudencia se fue acercando hasta un corro de maleza donde se quedó quieto como una estatua.
Darko no tardó en acompañarle con su patrón, pero la muestra solo duró unos pocos segundos.
Estaba ahí, pero aún no habíamos alcanzado con su posición exacta.
Rastrearon unos metros, guiaron otros tantos y se volvieron a quedar clavados 20 metros más arriba.
Y ahí si, dos golpes de beeper y la becada botó entre la maleza, rompiendo las ramas con sus alas y desapareciendo por detrás de un haya para no dejarme ver su dirección.
Llegué a tiempo de verla salir, pero no con el suficiente para encarar la escopeta y disparar.
Una jornada de caza tras la Dama del Bosque sin recompensa.
Unos minutos después, bastante más arriba del hoyo en el que estábamos, parecía que nos iba a ofrecer una nueva oportunidad, pero nada más lejos de la realidad.
Ni siquiera se prestó a que Zar y Darko llegasen a su altura y prefirió escurrirse entre dos pinos, volviendo a dejarnos con la miel en los labios.
Así terminó esta jornada de caza tras la Dama del Bosque. Con más de 5 horas de esfuerzo y persecución sin recompensa, pero quien es becadero, ya está más que acostumbrado a esa sensación, convive con ella.
Por el contrario, bajé muy contento, celebrando su pronta visita e ilusionado con nuevas jornadas y nuevas oportunidades de medirnos con ella.
La becada es así de imprevisible. Ni te da lugar a la relajación, ni te concede un momento de duda.
¿Quién podía predecir su visita, con las temperaturas actuales y 15 días antes de lo esperado?
¡A disfrutar con ella y buena caza!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.