Hace solo unos días he aperturado un nuevo espacio en el blog orientado a la Caza Mayor, como antesala de esas batidas al jabalí que muy pronto voy a vivir y por aquello de no dejarlo tan vacío hasta entonces, me he animado a compartir un recuerdo más que turbio, por no decir lamentable, que es como clasificaría mi primera experiencia en la caza del corzo.
Ha llovido mucho desde entonces, pero aún la sigo recordando por lo absolutamente frustrante que me resultó.
Lee y entenderás, seguro que como mínimo, te ríes un rato…
Índice de contenidos
Primera experiencia en la caza del corzo
De esto hace 9 ó 10 años, pero aquella primera experiencia en la caza del corzo, me dejó tan mal sabor de boca, que nunca pensé que podría volver a interesarme por la Caza Mayor.
Chupé todo el frío que pude, me aburrí amargamente e incluso estuvieron a punto de sancionarme, motivo suficiente para no volver a plantearme la siguiente oportunidad.
Pero supongo que ahora mi madurez personal y cinegética es mayor, de hecho, soy un cazador totalmente distinto de aquel chico que empezó empuñando una AYA detrás de las becadas, y sobre todo mi inquietud por explorar otras vertientes de la caza, han logrado hacer que olvide aquella funesta jornada.
Bueno, vamos al grano, que me voy por los cerros de Úbeda…
Medio obligado y sin muchas ganas
Por aquel entonces, estaba tan ensimismado con la misticidad de la becada, que era incapaz de ver más allá de sus plumas.
De modo que, cuando me pidieron el favor de cubrir una vacante en la cuadrilla, porque no llegaban al mínimo requerido, mi respuesta fue tajante: no.
Bueno, tajante, lo que se dice tajante, igual no fue, porque acabé yendo…
Pero en lugar de valorar la oportunidad y centrarme en disfrutar de aquella primera experiencia en la caza del corzo, lo hice sin ganas y con poco ánimo.
Y menos mal que fui sin expectativas…
Como no tenía rifle, dos días antes me acerqué a la armería y compré un par de cajas de balas para escopeta (2 cajas, ni más, ni menos… ¡Aupa yo, que no se diga!), que además me costaron un riñón en comparación con los cartuchos (A ver si un día las gasto…).
Y la noche anterior, como hago siempre, dejé preparada la ropa (Como si fuese a la becada, claro) y me fui a dormir.
Mucho frio, chalequito de aparca coches y a esperar…
Por la mañana llegué puntual a la zona de encuentro.
No recuerdo la hora, pero lloviznaba, hacía un frio que pelaba y todo lo que me había llevado era un jersey ligero y una camiseta debajo, que junto al chaleco, es toda la ropa que utilizo para cazar la sorda.
Me calcé las botas y todo motivado, pregunté por la zona del monte que me tocaba (Estaba deseando echar a andar para quitar el frio), a lo que el jefe de la cuadrilla me respondió que tuviese paciencia, que aún no habían soltado los perros y que en función de ellos, elegirían una u otra zona del cazadero.
El caso es que me dieron ganas de ir a casa a por los míos, que son setters y no habían cazado jamás el corzo, pero les imaginé más espabilados, porque a estos les llevó cerca de una hora… (Hay más corzos en ese monte que peces en el mar).
Una hora eterna, tiritando en la calle, sin meterme al coche por no parecer borde (Era el nuevo) y luciendo un chaleco de «aparca coches» super cool que me habían dejado… (Chaquetas se ve que no sobraban).
Cosas de la edad, porque si es ahora…
Cuando los perros detectaron chicha… ¡Todos para arriba!
Supongo que como era el nuevo, también me tocó subir andando, mientras el resto lo hacían confortablemente en los 4×4.
No me quejé, pero hubiese preferido el calorcito de la calefacción de cualquiera de ellos.
Desde la zona de encuentro me señalaron el “punto exacto” del cortafuegos en el que debía apostarme y menos mal que conocía el coto, porque a una distancia de unos 4 kilómetros, no es nada sencillo acertar y aún podría estar dando vueltas buscándolo…
Llegué el último, claro, consecuencias de ser el único que subió andando, pero esto no fue obstáculo para que alguna voz desconocida, desde la lejanía, tuviese a bien gritarme que espabilase y me colocara de una vez.
Asi que me senté, rezando para pasar inadvertido y que aquello finalizase por la vía rápida.
He de decir que acabar, no acabó nada pronto, pero inadvertido pasé, tanto, que unas dos horas después, de no ser por otro paisano con chaleco «aparca coches», que podía ver a unos 500 metros a mi derecha, hubiese pensado que se habían largado dejándome allí solo.
¡Qué aburrimiento!
No veía nada y me estaba quedando congelado
Pero no moví ni un pelo y a falta de móvil con buscaminas, me quedé encogido, intentando no pensar en el puñetero frío que hacía y agarrado a la escopeta como si la fuese a utilizar (¡Qué ingenuo!).
De forma aislada escuchaba algún jaleo, supongo que a los perros, pero no podía ver nada desde aquella posición y si me daba por levantarme un poco, el de la voz desconocida y lejana, volvía a chillarme para que me sentara.
Asi que me conformaba con echar un vistazo de vez en cuando al del chaleco, que de momento, seguía a mi derecha.
«Como ese se vaya, pensaba para mí, a ver qué hago…»
Al rato me trajeron una emisora
Como supongo que era más discreto que chillarme, al rato me trajeron una emisora y ahí cambió la perspectiva de la cacería por completo, vaya si cambió…
Seguía sin ver nada, pero recibí una «masterclass» intensiva de Caza Mayor, a través de aquel jodido aparato:
«¡Cago en Dios, mete al Turbo joder, mete al Turbo, que ese los echa!»… Gritaba alguien como si le estuviesen robando el bocadillo.
Di por hecho, claro, que se trataba de un perro…
Pero había otra voz, tanto o más irritante, que no debía estar muy de acuerdo con la iniciativa, porque contestaba:
«¡Que no, cago en la Virgen, mete al chispas!. ¡Qué metas al Chispas, cojones!».
Y así, entre Chispas y Turbo, Turbo y Chispas, pasé otra hora y pico más, dudando de si estaban hablando de algún perro o del trabajo que les había quedado pendiente en el taller…
Hasta que una voz celestial llenó de música mis oídos y me cantó por la emisora…
«Álvaro, baja a la carretera».
Y joder si bajé, corrí tanto de la emoción que esta vez incluso llegué antes que los 4×4, pero enseguida me topé de bruces con la realidad, pues no había finalizado la jornada, ni mucho menos, tan solo era un cambio de zona…
Cambio de zona y a observar un eucalipto
Mi nueva ubicación era casi tan buena como la anterior: al borde de la carretera, de pies y mirando a un eucalipto.
Para todo esto, al bajar y reunirme con el resto de compañeros, vi un corzo abatido al que le estaban poniendo un precinto, lo que me llamó la atención, porque no había escuchado un solo disparo.
Quien sabe, lo mismo le alcanzó un chispazo del turbo y calló fundido…
Pero nada, en un momentito lo taparon con una manta, lo subieron a la parte de atrás de una furgoneta y me la dejaron aparcada justo al lado, supongo que por si me aburría de mirar el eucalipto…
Media hora llevaba allí de pies, tan entumecido que ya no tenía ni sensación de frío y “aprendiendo de Caza mayor”, gracias a las peripecias de Turbo y Chispas, cuando vi cómo se acercaba el Defender de los guardamontes.
Muy majetes ellos, se bajaron del coche, me dieron los buenos días y me preguntaron qué hacía allí.
Estuve tentado de contestar que el gilipollas, pero me limité a devolverles el saludo y responder que estábamos cazando el corzo.
Por lo que el guardamontes, ya con el ceño fruncido, reformuló la pregunta y trató de ser más conciso:
«Me refiero a qué haces cazando al borde de una carretera y con una escopeta cargada»
Y en esa ocasión, ya le entendí mucho más claro…
Una pareja de guardamontes para redondear la faena
Segundos después se bajó una compañera del Land Rover, se acercó a mí y me pidió la documentación para examinarla.
Entre tanto, el otro guardamontes se fue a visitar al compañero de al lado, que estaba apostado unos cientos de metros más allá, para hacer lo propio.
Debo reconocer que puse cara de bueno, o de tonto, que para el caso es lo mismo y me esforcé en negar la mayor de la forma más empática que sabía.
Quizás surtió efecto o quizás se dio cuenta de que llevaba varias horas pasándolas canutas y que aquella fiesta poco tenía que ver conmigo.
El resultado es que me echó una reprimenda cariñosa y me dejó marchar.
Eso me libró, porque su colega venía de vuelta con el boletín de denuncias en la mano y el bolígrafo cargadito de tinta para gastar, pero le avisó de que me había indultado y aunque a regañadientes, así lo dejó.
En ese momento, ya me dio igual si la cacería había terminado o no.
Avisé por radio para que recogieran el cacharro y dije que me marchaba.
Salvado de milagro
Unos minutos después llegó el de la voz angelical, me preguntó qué había pasado y se interesó por el contenido de la conversación que había mantenido con la guardamontes.
Cuando terminé de contárselo, se marcó un largo suspiro, de esos con los que liberas tensión a tope y al cuestionarle el motivo, me dijo que solo teníamos cupo para un corzo, el que ya habíamos matado…
¡Qué bien, y lo tenía a 20 metros dentro de la furgoneta!
Conclusiones de mi primera experiencia en la caza del corzo
Como te podrás imaginar, mi primera experiencia en la caza del corzo, fue cualquier cosa, menos interesante.
Supongo que se aprovecharon de mi, como novel que era y me colocaron en cualquier parte, para que hiciese bulto y no molestase demasiado.
En aquellos tiempos además, no por falta de carácter, pero si por respeto y deferencia a la edad, yo era de los que se callaba y prefería llevar la fiesta en paz.
También es cierto que hoy la cosa hubiera pintado de forma muy distinta, pero como escribía al principio, ya no tengo esos problemas, ahora soy otro cazador y elijo con quien salgo de caza.
Por cierto, asi a lo tonto, el corzo me lo llevé para casa… 😉
¡Un abrazo y al monte!
Seguro que tienes mucho que aportar y estamos deseando escucharlo, así que te animo a que dejes un comentario en el formulario con tu opinión.
Y si te ha gustado este post sobre mi primera experiencia en la caza del corzo, puedes compartirlo en tus redes sociales desde los botones que encontrarás al final del post.

Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.