Dicen que la primera vez no se olvida, queda alojada en el recuerdo y en el caso de mi primera experiencia cinegética, así fue.
A diferencia de otros muchos cazadores, no me inicié en la caza a edad temprana, al contrario, fue en el año 2008 y para entonces ya tenía 26 años, pero disfruté mi primera experiencia cinegética como cualquier niño de 10 que acompaña por primera vez a su padre de morralero.
Además, me enganchó por completo, mucho más si cabe de lo que podría haber esperado.
En realidad era sencillo que «cuajase la ecuación…» Siempre fui un gran amante de los animales, y más en concreto de los perros. He podido vivir y disfrutar del monte desde muy pequeño y siempre me atrajo todo lo que olía a naturaleza, por lo que era difícil que no me gustase la caza.
Desde entonces, mi afición a la caza de la sorda no ha hecho más que crecer y crecer hasta convertirse en una gran pasión, siempre acompañado de mis setter, sin los cuales no soy capaz de salir al monte.
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Mi primera experiencia cinegética
Como decía, corría el año 2008 y mi tio salía periódicamente tras la Dama del Bosque con su setter inglés Zar, un perro que nunca olvidaré, blanco y negro, de tamaño grande, precioso, majestuoso en las formas, con poca experiencia en aquel momento, pero grandes cualidades.
Cada domingo nos reuníamos en torno a una mesa familiar y mi tio aprovechaba para compartir las anécdotas de sus jornadas recientes tras las becadas.
Yo le escuchaba con atención, me picaba el gusanillo de acompañarle y probar aquellas sensaciones que él describía con tanto fervor.
Pero no fue hasta bien entrado el mes de Diciembre en que le pregunté si al día siguiente podía acompañarle.
Dicho y hecho, a la mañana siguiente ahí estaba yo emocionado, casi sin dormir y totalmente preparado para descubrir los secretos de aquel pájaro, que tantas y gratas sensaciones despertaba en todo aquel que se medía con él.
Mi primer lance de caza
Había llovido los días anteriores y la mañana estaba fresca, perfecta para salir al monte, por lo que una vez nos enfundamos todos los bártulos, échamos a andar.
Escopeta en mano, por beneplácito de mi mentor, no tardé mucho en vivir mi primer lance.
Después de atravesar una zona de hayas y descender ligeramente por un estrecho sendero rodeado de encinas, llegamos a una zona más abierta y enseguida escuché decir a mi tío…. Álvaro, atento, está el perro puesto!!!.
Y efectivamente, estaba en muestra, con una postura felina y orientando sus vientos hacia el pié de un árbol.
Era una zona totalmente limpia de ramas, escajos o maleza (no creo que vuelva a disfrutar de una oportunidad como esa en pleno mes de Diciembre) y yo estaba tenso, nervioso, con un ligero hormigueo recorriéndome el cuerpo, aferrándome con fuerza la escopeta y sin saber muy bien qué hacer, qué esperar, cómo colocarme…
Segundos después, como no podía ser de otra forma, la becada se levantó y yo me quedé clavado viendo como se alejaba de nosotros mientras trataba de entender por qué estaba en el suelo y no en una rama cualesquiera del árbol que teníamos en frente…
Jose, le dije a mi tio… ¿Los pájaros no están en las ramas de los árboles?. ¿Qué hacía esa sorda en el suelo?.
No me dijo nada, pero supongo que en ese momento tuvo un fuerte debate interno tratando de decidir si darme una colleja o simplemente echarse a reír…
En realidad, mi conocimiento de aquel ave se reducía a cero y, no es que después de estos años sepa mucho más, pero no cabe duda de que, desde aquel día, intentar entender su comportamiento y sus costumbres se ha convertido en una de mis principales aficiones.
Nació una gran pasión
Las experiencias que viví aquel día, y algún otro hasta el final de temporada, consiguieron que me enamorase de la caza de la becada.
Por lo que no tardé en hacerme de mi primera escopeta, una paralela Aguirre y Aranzábal, calibre 12, regalo de mi tío y que aún hoy tengo guardada con absoluto cariño en mi armero.
Poco después llegaron mis primeros compañeros de caza. Dos setter ingles, hermanos, macho y hembra, nacidos en Abril de 2009 y que todavía hoy son parte esencial en mis jornadas de caza.
Recuerdos motivadores
Con el tiempo he ido ampliando el armero (ahora cazo con una semiautomática de Benelli) y también el número de canes que me acompañan en el monte, pero me es imposible olvidar aquellos días, mi primera experiencia cinegética, los primeros lances, el cobro de mis primeras sordas…
Vivo con absoluto romanticismo el recuerdo de todas aquellas sensaciones que motivaron que, diez años después, mantenga intacta mi ilusión por salir al monte cada día, acompañado de mis setter, a medirme con la escurridiza Dama del Bosque.
¿Cómo fue tu primera experiencia cinegética?. ¿Qué recuerdas tu primer día de caza?
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.