A medida que avanza la temporada se van sumando nuevas jornadas tras la sorda y con ellas, alguna que otra anécdota y muchos momentos de tensión, que independientemente de cómo se resuelvan, te dejan esa sensación positiva y reflexiva sobre lo bonita que es la caza de la becada y lo dura y esquiva que se muestra casi siempre.
Aunque por falta de tiempo no he podido escribir en el blog, estas últimas fechas no he dejado de subir al monte, disfrutando además de jornadas muy amenas, con algunos momentos incluso memorables.
Uno de ellos, el que te voy a contar en este post, transcurrió el domingo pasado, en compañía de mi tío y sus perras Duma y Sara.
Índice de contenidos
- 1 Qué bonita es la caza de la becada
- 2 Dos cazadores y cuatro setters a la caza de la becada
- 3 Un buen susto como preludio de lo que nos acontecía
- 4 Primer lance de la mañana
- 5 Persecución, muestras, tensión, esfuerzo…
- 6 Cambio de estrategia
- 7 Desesperación & motivación
- 8 Y a la quinta…
- 9 Caza de la becada… ¿Indulto o victoria?
- 10 Volveremos a su encuentro
Qué bonita es la caza de la becada
Si la temporada pasada fue una de las mejores que recuerdo, desde luego este año no ha empezado nada mal.
El coto en el que cazo está bastante cerca de la costa y no supera los 500 metros en sus zonas más altas, por lo que la tendencia general es que no veamos sordas hasta entrado Noviembre o, como mucho, alguna esporádica a finales de Octubre.
Esta campaña, sin embargo, han adelantado su visita, espoleadas quizás por el mal tiempo en el norte de Europa y desde el 20 de Octubre que volamos la primera, hemos podido ver pájaros cada uno de los días que hemos subido al monte.
El último, el domingo pasado, nos sumergimos en una emocionante batalla con una escurridiza sorda, a la que más bien podríamos considerar un fantasma, con toda la intención de vender cara su derrota.
Y tan cara la quiso cobrar, que al final logró darnos esquinazo, a pesar de que dos cazadores y cuatro setters experimentados en la caza de la becada, hicieron todo lo posible por alcanzar un final distinto.
Dos cazadores y cuatro setters a la caza de la becada
Con una mañana bastante agradable, en lo que parecía un intermedio del temporal reciente que hemos vivido estas últimas semanas en Cantabria, me junté con mi tío y sus dos perras, Duma y Sara, que en compañía de Zar y Darko, conformaban un equipo muy solvente de auxiliares experimentados en la caza de la becada y aún más en el terreno que íbamos a recorrer.
El día anterior, mi tio había logrado volar tres becadas, por lo que el punto de partida estaba más que claro.
Pertrechados de escopeta, cartuchos y todo el equipo necesario, iniciamos el ascenso al monte, revisando las cabeceras de las arboledas más bajas, que no son especialmente querenciosas, pero en estas fechas de entrada, hasta el borde de los caminos puede considerarse «zona hostil».
Poco a poco fuimos ganado altura, abriéndonos paso entre encinas y helechos, con los perros por delante revisando cada esquina y buscando esa leve emanación que nos permitiese fijar el primer objetivo.
A buen ritmo, motivados por la expectación que nos generaba el día, en menos de una hora estábamos en la parte más alta del acotado, en una zona entremezclada de pinos y avellanos, donde mi tio había volado una de las tres arceas de la jornada anterior.
Un buen susto como preludio de lo que nos acontecía
Desde esa ubicación, la estrategia era ir descendiendo para ganar ventaja en un hipotético lance y obligar al ave a buscar zonas más favorables para nosotros, en caso de no poder resolverlo.
Y con favorables, me refiero a cualquier parte dentro del coto, ya que desde allí, perfectamente podía atravesar los límites y darle juego a otros que no íbamos a ser nosotros.
Pero como anticipo de todo lo que nos acontecía, Darko se cayó a un torco bastante profundo.
Tengo la sensación de que a veces nosotros mismos «provocamos estas situaciones con la mente», pues tan solo unos segundos antes, mientras bordeaba el puñetero torco, pensé…
«Con la de veces que hemos pasado por aquí, un día de estos se nos va a caer un perro…»
Y en realidad, creo que aún lo estaba mascullando, cuando me giré y vi como la carrera de Darko se daba de bruces con el fondo del agujero…
No sé qué me costó más, si sacarlo a él o salir yo mismo, pues el agujero, además de profundo, era bastante ancho, con pocas zonas de agarre y las rocas, muy mojadas por las lluvias de los días previos, resbalaban muchísimo.
El caso es que el susto quedó en eso, en un simple susto.
Pues más allá de un par de rasguños leves y la típica flojera nerviosa en las patas, Darko estaba perfectamente e incluso pudo seguir cazando con normalidad.
Primer lance de la mañana
Lo curioso es que a pocos metros del suceso nos esperaba esa becada que habíamos subido a buscar.
Pero no tenía intención de intercambiar opiniones con nosotros, ya que nada más acercarnos, salió como alma que lleva el diablo, golpeando con fuerza las ramas de la pequeña encina en la que se refugiaba y perdiéndose por detrás de uno de los grandes pinos que teníamos delante.
Ese primer avistamiento disipó cualquier sensación negativa que pudiésemos albergar después del accidente de Darko y nos motivó a seguir su rastro con más ahínco.
Ya teníamos fijado el objetivo, la suerte estaba echada…
¡Alea jacta est!
Persecución, muestras, tensión, esfuerzo…
Conocemos muy bien la zona y más o menos, teníamos clara la dirección que había seguido, por lo que cruzamos los pinos y nos adentramos en una vaguada de avellanos.
Enseguida llegamos al final de los avellanos, que se integran con otra profunda vaguada de viejos hayas, cuyo borde recorrimos con tranquilidad, dejando trabajar a los perros, que se afanaban en su búsqueda, mientras nosotros no perdíamos detalle desde la altura.
En ese impasse, vi como Zar y Darko ralentizaban el paso y ganaban en prudencia hasta quedarse en muestra.
Tan solo fue un breve instante, un pequeño espacio de tiempo, insuficiente para llegar y encarar la escopeta, por lo que tuvimos que volver a conformarnos con intentar adivinar la dirección que tomaba su vuelo.
Era la segunda ocasión en que conseguíamos levantarla y la tercera no tardó en llegar, pues eligió su nuevo cobijo justo al otro lado de la vaguada de hayas.
Aquí el error fue nuestro, pues no imaginamos un vuelo tan corto y cuando los perros llegaron a su altura, ni estábamos preparados, ni lo suficientemente cerca como para tratar de resolver el lance.
Cambio de estrategia
Decidimos parar, sentarnos y tomar un descanso.
Era momento de bajar las revoluciones y darle sosiego al ave, pues quizás de ese modo, en el siguiente encuentro sería más condescendiente con nosotros (O lo que es lo mismo, aguantaría más tiempo la muestra…)
Pasados unos minutos, después de fumar un purillo, comentar la jugada y valorar opciones, decidimos cambiar de estrategia, separarnos y buscar un nuevo lance desde posiciones distintas.
Mi tio atravesó el hayal y siguió recto hacia la zona donde, más o menos, preveíamos que podía estar.
Y yo me salí, buscando dar un rodeo apresurado, para volver a encontrarme con él de frente y rodear a la becada entre dos fuegos.
Antes de que eso ocurriera, Duma y Sara se volvieron a quedar en muestra, mirando hacia un rondo de encinas con mucha maleza alrededor.
Los perros estaban haciendo un trabajo espectacular y yo estaba seguro de que habían vuelto a dar con ella, por lo que eché a correr para avanzar con rapidez los 150 ó 200 metros que me faltaban.
Me coloqué bien, en un pequeño alto que me ofrecía una buena perspectiva de la situación, con mi tio en frente, a unos 50 metros más abajo, tratando de cubrir otra de sus escapatorias.
Esta vez la sorda nos dejó ilusionarnos aguantando algo más el bloqueo de Duma y Sara, pero no tardó en echar al traste nuestros sueños arrancando como una flecha bajo la cobertura de un árbol, que sinceramente, ahora mismo no sé ni qué era…
Desesperación & motivación
Es difícil explicar la sensación que nos embargaba en ese momento.
Desesperación y motivación, dos conceptos absolutamente contrapuestos, iban y venían con la misma velocidad con la que nosotros tratábamos de recuperar el aliento para seguir en su busca.
Y los perros, que rara vez manifiestan su descontento, por suerte para nosotros, no perdieron ni el más mínimo segundo en decidirse a buscar una vez más su emanación.
La cacería aumentó aún más el ritmo, tratando de seguir a Duma, Sara, Zar y Darko, que se mostraban absolutamente descontrolados y encendidos por los recientes lances.
Aunque esta vez nos costó algo más dar con ella.
Y a la quinta…
Había dos posibles destinos y elegimos en primer lugar el que a la postre resultó erróneo, por lo que nos tocó volver a subir el monte camino de la «opción buena», un conjunto de avellanos bastante querenciosos.
Al llegar, revisamos cada palmo de terreno.
Si los perros no cesaban la brega, nosotros no podíamos permitirnos el lujo de perder la ambición de volver a medirnos con ella.
Nos volvimos a separar para emboscar la zona desde los flancos, pero hasta el momento la búsqueda estaba siendo ineficaz.
Zar y Darko se sumergieron entre la maleza, peleando con escajos y pinchos para llegar a esa emanación que tanto anhelaban.
Paralelamente, Duma y Sara rastreaban entre los avellanos, con nuestra mirada atenta en el devenir de su búsqueda.
En uno de sus recorridos, Duma cambió drásticamente el rumbo y se dirigió hacia un conjunto de maleza y escajos que precedía a una zona de pasto en limpio.
No me lo pensé y eché a correr.
No tardó en quedarse en muestra. Luego llegó Sara, después Darko y ambos se pusieron a patrón.
Yo seguí corriendo, buscando la zona limpia, pues preveía que por ahí trataría de escapar la becada o al menos, tendría más opciones de disparo.
Y prácticamente había llegado al punto deseado, cuando la sorda volvió a levantar el vuelo para perderse por encima de los avellanos…
Caza de la becada… ¿Indulto o victoria?
No lo vi con claridad, pero la sensación es que había vuelto a la zona de partida, por lo que finalmente decidimos cambiar de objetivo.
Nuestra decisión podría considerarse un indulto temporal, pues sin duda alguna se lo merecía.
Pero seamos francos, ninguno de los dos tenía ganas de volver a subir el monte, después de más de tres horas de paliza tras ella.
Asi que probablemente nos venció. De hecho lo hizo, claro que lo hizo. Fue justa vencedora.
La caza de la becada es así y justamente en eso radica su belleza.
Por eso engancha a todo aquel que lo prueba por primera vez.
Ser becadero es una droga irreversible.
La caza de la becada es dura, exigente, literalmente, te obliga a dejarte la piel tratando de atravesar zonas inaccesibles y no siempre tiene recompensa.
Pero cuando la alcanzas, cuando eres capaz de abatir una sola de esas imponentes aves, la sensación de grandeza es inigualable.
Volveremos a su encuentro
Personalmente, situaciones como estas me impiden pensar en otra cosa a lo largo de la semana.
Cuento las horas y los minutos para volver al monte en su busca, para volver a medirme con ella y testar fuerzas otra vez.
Ejemplares como esa sorda, que fue capaz de dar esquinazo a dos cazadores y cuatro setters experimentados, suponen un gran reto que debe ser enfrentado con el máximo respeto, pues sin duda, el oponente volverá a estar a la altura del mismo.
¡Un saludo y buena caza!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.