Soy de pueblo, vivo en un pueblo y moriré siendo de pueblo, es algo que va implícito en el carácter de las personas, con independencia de dónde tengan fijada su residencia.
Aquí, en el pueblo, en lo rural, la caza está mejor vista y el cazador menos censurado, pues cuántas veces, vecinos y cazadores, hemos colaborado persiguiendo objetivos comunes…
Pero por motivos profesionales, distintas etapas de mi vida transcurrieron en grandes ciudades y núcleos urbanos, donde nuestra actividad tiene muchos menos adeptos y bastantes más críticos, por lo que puedo comprender la agonía de quien es aficionado a la caza y siente la dificultad de convivir en armonía con sus vecinos urbanitas.
Y la comprendo porque yo mismo sé lo que es…
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La agonía de ser cazador entre urbanitas
La mente del ser humano es una herramienta sobresaliente, poderosa e inteligente, que trata constantemente de separar la paja del grano, el insulto del elogio y quedarse únicamente con aquello que más le conviene recordar.
Pero no es infalible y por más fortaleza que transmita, lo negativo siempre termina causando perjuicio, en algunos casos, mucho mayor del que nos gustaría reconocer.
Y esto es lo que le ocurre al cazador en los tiempos de hoy.
Donde no hace tanto era considerado como héroe, ahora es ajusticiado de asesino o psicópata y estos son apelativos muy duros, que cuesta digerir.
Tanto, que muchos son los que prefieren evitar el conflicto disimulando e incluso ocultando su condición.
Y con su condición, me refiero a la de cazador.
Convivir con la mirada crítica y despectiva de tus vecinos
Hoy vivo en un pueblo, pero antes, durante un tiempo, lo hice en varias ciudades y reconozco que, para quien ama la caza, son entornos poco favorables.
Ya no es cuestión de que no tengas con quien compartir tus experiencias cinegéticas, es que llega un momento en el que tratas de pasar de puntillas por el portal cuando vas o vienes de cazar.
Recuerdo esa mirada crítica y despectiva de algún vecino al coincidir en el ascensor y ver la funda de la escopeta en la mano.
Algún otro distanciando a sus hijos del arma enfundada, como cuando les reprenden por coger basura del suelo.
Cuchicheos de portal, al entrar o salir de casa.
E incluso hubo quien me retiró el saludo por el mero hecho de ser cazador.
Ahora, camino de los 40, lo veo de otra forma, pero en su momento, con poco más de 20, debo reconocer que me afectó.
Pero ojo, que independientemente de la edad, convivir en estas condiciones no es sencillo para nadie, por mucho que nos esforcemos en demostrar lo contrario.
Nuestra afición a la caza puede derivar problemas laborales
En el ámbito profesional ocurre lo mismo.
La caza es importante, pero trabajar y llevar el pan a la mesa lo es aún más y esto en muchas ocasiones condiciona lo que podemos o no decir delante de un cliente, de un compañero o de un jefe.
Ese miedo a hacer partícipes a los demás de tu condición existe, como también existe el riesgo de que, al hacerlo, pierdas un proyecto o un nuevo contrato.
Porque siempre ha habido gente a la que podía no gustarle la caza, pero es que ahora se ha convertido en una persecución radical y bastante agresiva, de hecho.
Ser cazador entre urbanitas debería empezar a considerarse una afición de alto riesgo.
El progreso de hoy alimenta la tolerancia, pero de forma especista
Estas líneas previas me llevan a reflexionar sobre el tipo de sociedad en la que vivimos.
Mucho más si cabe, en un momento en que lo políticamente correcto es abrazar continuamente palabras como tolerancia, diversidad, respeto, igualdad…
Y condenar efusivamente cualquier manifestación que se salga de esos parámetros.
¿Pero no os parece que ese tipo de tolerancia es excesivamente especista?.
Es decir… ¿Por qué unos colectivos deben ser respetados y otros no?.
¿Por qué unos enarbolan banderas que luego son defendidas a capa y espada y a otras se les dispara son saetas afiladas?.
¿Acaso somos unos proscritos por practicar una actividad legal y que además se ha demostrado como absolutamente necesaria en el paradigma actual?.
Si este es el progreso de hoy, el que va a marcar el futuro y nuestro devenir, átate los machos, porque se avecinan curvas…
Simplemente queremos llevar la fiesta en paz
Como decía, ahora y con más edad, lo veo de otra forma y lo gestiono mucho mejor.
En realidad nunca me he ocultado, la diferencia es que ahora presumo con orgullo de ser cazador.
Pero también vivo en un entorno favorable, donde mis vecinos me lo ponen fácil, acercándose a preguntarme por el resultado de la jornada cuando me ven de vuelta con los perros y donde no soy un héroe, pero tampoco un villano.
Sin embargo, ser cazador entre urbanitas es más complejo.
No es una cuestión de personalidad o de carácter, simplemente, es que a todos nos gusta llevar la fiesta en paz.
Y últimamente, a nosotros, no nos dejan…
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.