En estas fechas estivales de altas temperaturas, que ajustician el ánimo de perros y hombres, las primeras horas tras la alborada son las más propicias para salir al campo, pisar libertad y dejar volar nuestra mente tratando de reconocer cada uno de los susurros del monte, antes de que se desvanezcan con la misma facilidad con la que avanzan las luces del día.
Cantos de gloria que entremezclan lo que viene y va por los estrechos senderos y recovecos del monte.
Un momento épico que todo buen cazador es capaz de entender y valorar.
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Los susurros del monte al amanecer
Pocos momentos hay más sublimes y ninguno que mejor premie el instinto madrugador del cazador, que la armonía de los susurros del monte en los minutos previos al amanecer.
Esos instantes de trasiego natural, con gran variedad de especies buscando alcanzar el encame diurno que les servirá de refugio. Quién sabe, a lo mejor con sus objetivos alimenticios satisfechos o esperando al siguiente ocaso para ser más eficiente en su consecución.
Una aparente calma, que en verdad esconde un ruido ensordecedor, solamente accesible al oído experimentado de quien ha invertido muchas horas tratando de aprender a escucharlos.
Un gran homenaje a la enorme vida que esconde el campo entre sus secretos.
La esencia del monte al despertarse.
Alternando senderos con la boscosidad de las encinas iniciamos el campeo, absortos en los paisajes que esas primeras luces del sol se empeñaban en despertar y nosotros en admirar.
Contemplando la crecida capa vegetal, fruto de una primavera más que proclive e intentado identificar las huellas frescas que delataban el tránsito reciente de raposos, corzos o jabalíes por las angostas sendas del monte.
Sin interrupciones, ni ruidos humanos, pues parece que a todos nos gusta el campo, pero pocos somos los que condenamos nuestro sueño para disfrutarlo en su verdadera esencia.
Como viajeros solitarios tratando de camuflarse con el entorno, con su entorno.
Los perros, dueños de sí mismos.
Entre tanto, los perros, luciendo sueños de libertad, discurrían unos metros por delante, volviendo a reconocer esos rincones que tan bien alojados tienen en su memoria, buscando quizás, alguna emanación sobre la que fijar sus instintos o simplemente, quemando adrenalina a galope tendido.
Cómo lo gozan, cómo se divierten y qué importante es para su bienestar solazarse en momentos como éstos, emergiendo como sus propios patrones, decidiendo por ellos mismos el lugar hacia el que guiar sus pasos, liberados de collares y cadenas esclavizadoras, que con demasiada frecuencia, maniatan su naturaleza venatoria.
Pues también ellos, del mismo modo que nosotros, logran purificar sus instintos con los susurros del monte.
Satisfechos por las bondades del campeo
Unas horas después, exhaustos por el paseo, pero satisfechos por sus consecuencias, los primeros síntomas de presencia humana nos advierten de que ha llegado la hora de recogerse.
Como el más arraigado de los ermitaños, me gusta disfrutar del campo en soledad, sin intrusos ruidosos espoleados por sus bastones senderistas, que puedan ofenderse a mi paso o entorpecer mi curación de alma.
Ya volveremos a tener nuestro momento, la majestuosidad del campo siempre nos espera, siempre proporciona una nueva oportunidad a quien de verdad la persigue y yo la aprovecharé, porque ansío volver a escuchar esos místicos susurros del monte.
Lo breve, si bueno, dos veces bueno…
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.
Me pasa lo mismo que a tí, cuanto más viejo me hago más me delito con la naturaleza y más me ofende la presencia de extraños en el monte
Es curioso como la edad te va enseñando a distinguir las cosas buenas, por más sencillas y naturales que puedan ser.
¡Un abrazo maestro!