Este sábado se cerró para mí la temporada de codorniz 2019, pero por ser la última jornada, no estuvo exenta de un buen puñado de alicientes.
Tuve tiempo de admirar un nuevo amanecer, de levantar alguna que otra codorniz, de disfrutar con el trabajo de los cachorros e incluso de ponerme filosófico.
Es la grandeza de la caza…
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Pocas, duras… Pero muy satisfactoria mi última experiencia en esta temporada de codorniz 2019
Casi me dan ganas de iniciar el post escribiendo un oda a esos hermosos lombíos que antes daban color a los páramos y que ahora han dejado huérfanos de codornices nuestros campos.
¡Menudo cambio de contraste!
Es cierto que la semana anterior ya había tractores y remolques trabajando a todo trapo, pero es que prácticamente no han dejado una brizna de paja en la que rebuscar.
No dejo de pensar en el final soñado que podría habernos deparado esta temporada de codorniz 2019, excelsa en el número de pájaros y lances desde sus inicios.
Lo que pudo haber sido un temporadón de principio a fin, a mí personalmente no es que me deje mal sabor de boca, pero el regustillo tampoco es para estrella Michelín.
En fin, este año la paja vale pasta y ni tal mal que la hemos disfrutado hasta principios de Septiembre…
Supongo que no hay motivos para quejarse.
No me quiero poner trágico, codornices había…
Retomemos la línea, porque tampoco me quiero poner trágico…
Codornices había. Menos, muy duras, difíciles de rascar, pero de alguna forma, buscándole el lado positivo, sirvieron de termómetro para evaluar el aprendizaje de Figo y Crono.
Y el examen lo pasaron con nota.
Además la jornada tuvo un poco de todo y qué sé yo… Lo mismo hasta podemos considerarla entretenida.
Empezamos en el páramo del Rabanillo
Llegué justito, con ese azulón oscuro que precede al amanecer, pero es que a estas alturas de la película, tampoco tenía muchas ganas de robarme 1 hora de sueño.
Para ser la cuarta semana de caza, había bastante gente en el coto, pero justo la zona desde la que tenía pensado empezar, la misma que en la apertura, estaba desierta.
En lo que me iba preparando y mientras daba buena cuenta de un bocata de tortilla con su correspondiente café, terminó de amanecer y como si no tuviese ganas de cazar, ahí me quedé un rato embobado admirando aquel fenómeno que adornaba la Montaña Palentina.
Uno de los privilegios de la caza, sin duda.
Cuando salí del trance, abrí el remolque, solté a Crono, cargué la escopeta y pensé: A ver qué nos depara el campo hoy.
Y durante media hora, aquel frío rastrojo, destrozado por las ruedas de las máquinas que habían recogido la paja en los días previos, no nos ofreció absolutamente nada.
Lo único que rompía aquel silencio sepulcral eran los ladridos de Figo en el carro, supongo que «poniéndome a bajar de un burro» en su idioma, por no haberlo soltado junto a su hermano.
Allí, a lo lejos, vi una finca con paja y…
Lo que nos negaba el rastrojo lo buscamos en sus linderos, incluso en la cabeceras del monte, pero nada.
Tan solo una solitaria codorniz, en un hierbazal flanqueado por jóvenes pinos, que pasó de nosotros y voló unos metros por delante hasta esconderse quién sabe dónde.
Pero en esas, mientras perdíamos el tiempo tratando de encontrarla, vi a lo lejos la tierra prometida o lo que es lo mismo, una finca enorme con paja y me dije…
¡Viento en popa, a toda vela!
En un ratito logramos llegar, andando, eso si, que ya sabes que lo de coger el coche para aprovechar oportunidades, no va conmigo. ¡La caza se hace a base de piernas!.
Y allí nos cambió la vida (Más bien el ritmo de la jornada), a Crono y a mí.
Para todo esto, debo decir que el cachorro va como una moto. Definitivamente, ha pegado un cambio brutal. Trabaja como si le fuese la vida en ello, busca con criterio, tiene un laceo medio super interesante y una mezcla de pasión y equilibrio que me encanta. Hay madera…
Primer lance y a disfrutar
En aquel vergel vimos consumadas nuestras esperanzas con un rápido lance que dejó a Crono clavado como una estatua frente a una de esas hileras de paja que tanto añorábamos.
Visto y no visto botó la codorniz, dirección a la sierra, pero no le dimos tiempo a llegar.
Cuando prácticamente no había terminado de admirar aquel precioso macho, Crono volvió a quedarse en muestra y aunque esta vez el pájaro se aguantó algo más, resultó un disparo fácil y el segundo cobro de la mañana.
Seguimos circulando y dando vuelta al rastrojo, una y otra vez, arriba y abajo, pues tenía la sensación de que guardaba más secretos de los que se esmeraba en mostrar.
Y en uno de los trasiegos, Crono volvió a señalar una nueva emanación.
Se fue con más vida de la que tenía, aunque en este caso no es válido el argot venatorio, pues ni siquiera llegué a tirarle.
Volaba muy rasa, justo delante del perro y no hay especie en la tierra que me invite a jugarme la integridad del can, por añadir una pieza más al morral.
Si tiene suerte, volverá a África.
Turno de Figo
Volví al coche, pero no para cambiar de zona, si no de protagonista y esta vez si que lo acerqué, porque resultaba absurdo recorrer varios kilómetros para cambiar o refrescar a los cachorros.
Con Figo da gusto cazar, aunque no veas pluma.
Tiene una traza envidiable, un estilo de campeo precioso, ni se va, ni se queda, trabaja de forma incansable, con ahínco, con tesón y cuando le da por hacer guías, es todo un espectáculo.
Y al ratito de soltarlo me regaló una…
Quedó en muestra, la rompió y empezó a guiar. 5 metros, 10, 15, 20, 25 metros… Para volver a quedarse quieto, girar, volver levemente sobre sus pasos y prácticamente acostarse sobre el rastrojo con una muestra firme, que claramente indicaba que había fijado la emanación.
Estaba tan encandilado por la escena que casi deshonro con un fallo aquel bonito lance, que hubiese sido perfecto si al cobrar la codorniz, no se la hubiese zampado…
¡Qué le vamos a hacer, todos tenemos algún día tonto!
Avanzaba la mañana y se complicaba la tarea
Pasaban las horas y allí seguíamos, dando vuelta a aquella misma tierra, pues al fin y al cabo, era tan buen escenario como otro cualquiera y tampoco es que el ruido en el coto fuese ensordecedor.
En esas, después de un buen rato sin actividad y mientras caminaba detrás de Figo, me dio por ponerme filosófico y pensar en lo bonita que es la caza con perro.
Tú y él, él y tú, campeando en soledad por bellos entornos naturales, mirándonos de vez en cuando, con esa complicidad propia de los mejores binomios, dando rienda suelta a nuestros instintos, atento el uno al movimiento del otro, persiguiendo la más leve emanación que de paso a un nuevo lance. Compartiendo errores y fracasos, esfuerzo, compromiso y afán de superación a partes iguales. Trabajo en equipo en su versión más álgida.
Un sensación inigualable.
Último lance y adiós temporada de codorniz 2019
Hasta que Figo interrumpió aquel momento de profundidad mental con un instante de prudencia que deparó una nueva muestra.
Aterricé de nuevo en el espacio que nos ocupaba y me situé detrás de él, esperando un vuelo que no llegaba, a pesar de que el cachorro se mantenía firme e impávido.
Pasaban los segundos, la tensión crecía y mientras el perro mantenía su quietud, yo removía la paja con el pie intentando descubrir a quien se esforzaba en ocultarse.
No sufrió el efecto esperado, Figo rompió la muestra para volver a copiarla desde el otro lado del lombío, pero ni por esas.
Rompió de nuevo, rastreó, se alejó, volvió con el viento en contra y su olfato le hizo seguir adelante, dejando atrás el lugar de los hechos.
Pero estaba allí, vaya si lo estaba, solo que tuvo a bien dejarnos ir engañados una veintena de metros para salir escapando a nuestra espalda.
Cuando me giré me había ganado bastante ventaja. Pude tirarla, pero deseché la iniciativa, quizás por el riesgo de dejarla herida y no encontrarla, probablemente, porque se había ganado un merecido indulto.
6 codornices abanderaron mi última jornada de la temporada de codorniz 2019.
Dos acabarán en nuestra mesa, otra lo hizo en la de Figo y el resto, sin son capaces de sortear los múltiples peligros que las acechan, volverán a su destino y quién sabe, lo mismo el año que viene nos volvemos a encontrar.
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.