Recientemente decía un “cazador de gallinas” en redes sociales que estar en un puesto al jabalí no es caza (¡Toma!), pero es que otro redentor solo aplaudía lo salvaje: ¡Matar gallinas no es cazar!. Y ojo que también tenemos cazadores de sorda que lloran cuando se abate un corzo porque es muy bonito y les da pena (Pensarán que las becadas son feas, supongo…), recechistas de venado incapaces de asumir el desenlace de un safari (Volvemos a los guapos y los feos), los que critican las monterías de postín porque eso tampoco es caza (A menudo porque no les llega para ir…) y los de «la caza social no es sostenible, el futuro son las orgánicas» (Con frecuencia los del pueblo molestan en el coto), los puristas contra los “tecnológicos” y viceversa, los que van al monte con vaqueros viejos y chaleco desvencijado contra esos otros que visten de corbata, el Montero del 95 contra el Land Cruiser caro y reluciente…
Pero no nos quedemos ahí que da para mucho más el tema…
Luego están los que yo llamo “influencers analógicos”. Columnistas y colaboradores que durante años han vertido líneas y líneas de opinión en medios cinegéticos y que hoy critican a los “influencers digitales”, llegados con el auge de las redes sociales, por hacer lo propio (Fíjate que he entrecomillado el término influencer en ambos casos…).
Resumiendo, una amalgama de totalitarismo cinegético que en poco o nada nos diferencia del vegano radical, sin ir más lejos, que persigue prohibir el consumo de carne y por extensión, la caza, pero a ese lo crucificamos por absolutista, tirano y dictador… ¿Qué incoherente, verdad?
Entenderás ahora que cuando se acuña el término “unión” entre cazadores, me dé por echarme a reír… ¡Nos vamos a ahorcar solos!.
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Que si, que no, esto es caza, pero aquello no…
Y me rio por no llorar, que es la verdadera sensación que me aflora viendo cómo nos esforzamos constantemente en mutilar ese noble arte venatorio que supuestamente tanto amamos.
Con frecuencia y aunque normalmente nos referimos en términos de colectivo, tengo la sensación de que los problemas de unos le resultan irrelevantes a otros o lo que es lo mismo, que al jabalinero le preocupa poco o nada si cierran la codorniz y que el perdicero no va a perder un minuto de sueño si no habilitan permisos para cazar el venado en rececho, por ejemplo.
Una lamentable carencia de visión global basada en un… «Mientras no me toquen lo mío», que razona esa falta de concordia que ya, a estas alturas del partido, ni está, ni esperamos.
Pero es más grave de lo que parece, pues no sólo tendemos a mostramos esquivos cuando toca empatizar con otros compañeros en momentos bajos, sino que contribuimos a agudizarlos bajo ese rancio totalitarismo cinegético que nos impulsa.
¿Hacia dónde nos conduce ese totalitarismo cinegético?
Esa soberbia de creernos más y mejores cazadores que el de al lado solo nos conduce a la desaparición, así de simple.
Quizás te sorprendan estas palabras, incluso es posible que te aflore una mueca burlona al leerlas, tú mismo, pero únicamente es necesario echar la vista atrás unos pocos meses para comprender las estrecheces cinegéticas a las que nos están obligando.
Hablo del lobo, hablo de la prohibición de cazar en parques naturales, hablo de la incipiente Ley de Bienestar Animal que está horneando un conocido radical como Sergio García Torres, hablo del «run run» sobre especies emblemáticas de nuestra venatoria como la perdiz roja o la codorniz, hablo de la tórtola y puedo seguir hablando de otras tantas cosas más…
Quizás no son golpes directos, pero si pequeñas bofetadas que poco a poco nos van acorralando, generando desgaste y que terminarán acabando con la paciencia y la ilusión de aquellos que disfrutamos saliendo al monte a cazar, hasta el punto de no encontrar motivación suficiente para seguir haciéndolo.
El culpable, en cualquier caso, siempre será otro…
Luego el culpable será cualquiera, menos cada uno de nosotros, porque somos así de cínicos.
Siempre encontraremos una cabeza de turco adecuada sobre la que volcar nuestras frustraciones, véase la federación, los animalistas, el gobierno o el Sursum Corda, pero lo cierto es que no estamos siendo capaces de evitar ese punto de no retorno, más bien al contrario, seguimos empeñados en perseguirlo insistiendo en ponderar lo nuestro y denostar todo lo demás.
Que el cazador es su mayor enemigo es una frase hecha que todos conocemos, pero quizás por ello debemos aprender y darnos cuenta que esa soberbia, ese totalitarismo cinegético, solo contribuye a dotarla de realismo.
Sigamos pegándonos tiros en el pié…
De vez en cuando y no sin cierta razón, me dicen que la caza es un espejo de lo que ocurre en la sociedad actual. Que la envidia, la soberbia y el egoísmo son lacras comunes que simplemente se reflejan en nuestra actividad, pero también es cierto que en otros sectores, cuando pintan bastos, no se pegan un tiro en el pié y sin embargo nosotros, como somos así de torpes, ya estamos preparando la bala…
De modo que, como bien reza la introducción de este post, no te cortes y sigue reduciendo la caza a lo que tú consideres que es y no debe ser, ya nos contarás lo que te queda cuando finalices la faena…
¡Un abrazo y al monte!
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Amante de la caza y la naturaleza, enamorado del setter inglés y sordero empedernido. Entre encinas, robles y hayas disfruto de cada instante que me ofrece el monte, alejándome cada vez más del lamentable postureo cinegético.
Comparto totalmente tu punto de vista. El cazador es egoísta por naturaleza y mientras no nos toquen nuestro cortijo, hasta nos alegramos de ver el desmantelamiento del cortijo ajeno.
Es una pena y será un fatal destino el que nosotros mismos nos estamos labrando.
Somos expertos en tirarnos piedras a nuestro tejado y lo peor es que lo hacemos con soberbia y chulería.
Por desgracia asi es Miguel… Somos pocos y mal avenidos…
Un saludo!